Oración a la Esperanza Macarena

La ciudad y los días

No me basta pensarte cuando quiero. Necesito verte, esta mañana, para saber que es cierto cuanto sueño, cuanto siento y cuanto espero cuando te pienso. Voy a tu fuente porque tengo sed. Me cobijo bajo tu manto porque siento frío. Ansío tu luz porque estoy en tinieblas. Eres fuerza que se impone a las circunstancias, promesa de seguro cumplimiento, eternidad rebosando sobre el tiempo, vida que desafía el límite de la muerte, vida de todos cuantos queremos y hemos perdido. Eres lo que es y lo que todavía no es, pero será; lo que existe y lo que todavía no existe, pero existirá. Eres, tan delicada, tan frágil, la fuerte cirinea que quita peso a nuestras cruces. Eres la puerta del Cielo por la que Dios entró en el mundo. Eres la partera que acoge las almas cuando abandonan los cuerpos, la primera que las besa, y las abraza, y las acuna, como la Virgen del Rosario, cuando vuelan hasta tus brazos.

La realidad te desmiente, Esperanza. El sufrimiento te desmiente. La muerte te desmiente. La soledad tras el último adiós te desmiente. Pero creo en la promesa de tu cara, luz capaz de cambiarlo todo sin que parezca haber cambiado nada, luz que el soplo helado de la muerte no apaga, luz que brotó del sepulcro cuando la piedra se descorrió al alba del tercer día, Señora de los amaneceres eternos.

Pongo mis fuertes dudas y mi débil fe a tus pies, Esperanza, como una ofrenda. Y Tú haces de las dudas, certezas, y de la debilidad, fuerza. Que, por algo, además de recordar donde le nació a Sevilla su Esperanza, llevan tus nazarenos en la capa la columna en llamas de San Basilio, símbolo del ardiente amor a Dios.

Hay una forma macarena de vivir la vida: vivirla con esperanza, mirando de frente como Tú miras. Por eso, cuanto más viejos nos vamos haciendo, más necesitamos esta luz tuya que permanece encendida cuando todas se van apagando, que seguirá encendida cuando nosotros nos apaguemos, alumbrando a los nuestros que encontrarán en Ti, no consuelo, sino certeza de que vivimos. Si a quienes hemos perdido pudieran decirnos la gloria en la que viven, sus palabras esculpirían la cara de la Esperanza. Dice la Madre lo que su Hijo dijo al padre que le pedía la curación de su hijo: “¡Todo es posible para quien cree!”. Y como el padre, le respondemos: creo, Macarena, ayuda mi poca fe.

Dedicado a mi amigo Manuel Ruiz Castro, XXX annis fidelis armatus Damnationem Christi.

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