No es el porno. Es el móvil

Devolver al remitente

09 de julio 2024 - 08:00

La última ocurrencia del Gobierno para, supuestamente, proteger a nuestros menores del acceso sin control a los contenidos pornográficos, ha sido la de implantar una identidad digital que asegure que quien accede a ese contenido es un mayor de edad. Una medida tan infantil como inocua, que no hace sino pensar que detrás de este movimiento hay mucho más del interés de obtener información de quién, cómo y a qué contenidos sexuales accede la población.

Una información demasiado valiosa que, en manos de un Gobierno que ha demostrado no tener pudor alguno para filtrar cuestiones personales para desacreditar a rivales políticos, se torna en una herramienta de control con la que se puede amenazar o extorsionar a cualquier persona que, en el uso de su libertad individual, decida acceder a una página de contenido sexual para adultos.

Más allá de las teorías conspiranoícas sobre la implantación de un sistema de vigilancia de la población, lo cierto es que el “pajaporte” -como ya se conoce a esta identidad digital que permite accesos controlados a contenidos pornográficos- no va a frenar el acceso o consumo de los jóvenes a la pornografía, pues además de ese poder otorga internet para poder acceder a contenidos mediante páginas alojadas en países que escapan al control del Gobierno, los vídeos y fotos de todo tipo de contenido pornográfico, va a seguir circulando de móvil en móvil, ya sea por whatsapp o por telegram.

Es decir; con o sin “pajaporte” a los jóvenes les van a seguir llegando videos de tetas, pollas, culos y chochos sin control alguno. Esta es una realidad que en el Gobierno se sabe o, al menos, se debería de saber. Y esa circunstancia deja un interrogante abierto ¿el objetivo es instaurar una medida de control o simplemente anunciar un parche de dudosa eficacia para “hacer como que” se trabaja en solucionar el problema? Si nos atenemos a los antecedentes, para mí, la respuesta correcta es la opción primera.

La pregunta que hay que hacerse, es si de verdad estamos dispuestos a hacer lo que sea para proteger a la chavalería. Porque los contenidos sexuales circulando por los móviles de la adolescencia española son solo la punta del iceberg. Detrás de las pantallas a las que hemos subrogado el entretenimiento, comunicación y hasta educación de nuestros hijos, se esconde un oscuro submundo donde surgen como las setas problemas de adicción a RRSS, videojuegos o incluso de juego on-line que destrozan miles de vida a diario.

Unas pantallas que convierten en zombies a nuestros adolescentes, provocándoles cuadros de ansiedad por no lograr los “likes” que esperaban por su video en tiktok. Frustración por las pocas visitas de su última “storie” de Instagram o inseguridades por las risas que provoca su culo entre los “followers” en el último intento desesperado por convertirte en un/a influencer de éxito mundial. Los móviles, además de proporcionar un acceso instantáneo al sexo, es también la herramienta perfecta para amplificar el acoso o bullying al débil. La forma fácil y rápida de compartir la foto del “gafotas” o las tetas de la “ex” en grupos de whatsapp. Humillaciones, vejaciones y todo tipo de formas de denigrar la autoestima de chavales con daños emocionales de complicada reparación cuando en este país es un verdadero tabú pedir ayuda psicológica. Más cuando eres un joven blanco de las burlas de tus compañeros/as.

Leía esta semana al gran Juan Soto Ivars, posiblemente el columnista más certero de nuestro país, que la solución no era implantar un “pajaporte” para el control de acceso al porno en internet. Que la solución pasaba por afrontar de verdad la necesidad de prohibir el uso del móvil o la tablet a menores de 16 años. Una reflexión que desde hace mucho tiempo comparto. Porque el verdadero elefante en la habitación es ese; ¿Qué hace con un móvil un menor de 18 años?

Habría que empezar a preguntarse si es sensato entregar armas tan poderosas para la destrucción moral a nuestros adolescentes. Preguntarnos como sociedad, en que momento hemos normalizado que el móvil sea el regalo predilecto para la primera comunión, dando acceso a esa caja de pandora a nuestros hijos a los 10 años. Porque la realidad es que mientras muchos padres siguen sacando préstamos para satisfacer el deseo de sus hijos de tener el último iphone, las cifras de suicidio en adolescentes aumentan a un ritmo de más de un 30% al año, convirtiéndose en la primera causa de muerte entre los 12 y los 19 años.

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