
Por montera
Mariló Montero
León XIV
Sí, lo han leído bien: no me gustan los perros. Y a riesgo de que sean muchos los que cuando lean este titular estimen oportuno no continuar la lectura del artículo, tengo que decir en mi defensa, que siento verdadero temor a unos animales que estoy segura de que, tal y como reza el dicho: es el mejor amigo del hombre.
Pero no me gustan los perros y me resulta tediosa la insistencia en que no hacen nada y que son muy buenos… Y así una larga lista de argumentaciones que en absoluto llevaré la contraria a quien lo diga, pero que a mí no me sirven de nada porque insisto: a mí no me gustan los perros.
No me gustan cuando estoy en el mercado de Feria comprando en un puesto y, ante un enorme cartel que pone “prohibido perros”, sienta mientras espero mi turno para comprar, cómo la lengua de uno de gran tamaño me chupa la mano para que a continuación e instintivamente dé un salto hacia al lado casi tirando al suelo a las personas que están a mi lado.
Con todos mis respetos, entiendo que sean muchos los que se acompañen de este fiel compañero, pero no el hecho de que sean tratados como a personas y de que, incluso, ya sean numerosos los que sientan a la mesa a este animal de compañía como si formara parte de la familia, pandilla o el grupo en cuestión que va a disfrutar de un piscolabis.
Tampoco a aquellos que dicen esa frase de: “yo entre niño y perro prefiero perro”. O los que se pasean con ellos sueltos cuando la ley obliga a que estén atados con correa. O aquellos y aquellas que los llevan a las tiendas y grandes almacenes y el animal, lejos de quedarse quieto, olisquea y lame las prendas que se encuentran en los distintos percheros… Recuerden que nos las tenemos que probar.
Y qué les puedo decir del olor insoportable de muchas de las calles del centro por las que pasean los propietarios sin recoger los detritus de sus mascotas. Calles por las que el hedor insoportable se mezcla con el del azahar que florece en primavera. Un hecho que gracias a Dios, sólo ocurre durante apenas unas semanas, porque resulta ser una mezcla explosiva que para nada es poética ni evocadora.
Y qué les voy a contar de la imagen tan lamentable que se da a los que visitan una ciudad que se quiere posicionar como destino turístico de primer nivel, y van por las calles esquivando todo lo que van dejando los dueños irresponsables en su recorrido habitual.
Y qué les parecen aquellos que tienen la desfachatez de soltar: “¿y para qué están los de Lipasam? Para limpiar, ¿no? Pues eso, que limpien”. No oiga. Ellos no están para ir recogiendo lo que es deber y obligación de aquellos que pagan los mismos impuestos que los que no tenemos perro.
Pd. Espero y deseo no haber herido la sensibilidad de nadie, pero me gustaría que se pararan por un momento a reflexionar y hacer eso que ahora está tan de moda: empatizar con los que no nos gustan los perros.
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