Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Sevilla, su Magna y el ‘after’
Con este titular abría su portada The Washington Post el viernes 9 de agosto de 1974, a cuatro columnas, con una foto del presidente Nixon abrazado a su hija Julia. Habían pasado años previos de investigación periodística que, comenzando en el asalto a la convención demócrata en el hotel Watergate, habían acabado revelando la gran mentira que había hilvanado el presidente y su equipo respecto a su implicación en el espionaje al partido demócrata. Una copia de esa portada, junto a los libros de Bernstein y Woodward, Todos los Hombres del Presidente y Los Días Finales, así como La vida de un periodista, de Ben Bradlee, se encuentran en un sitio muy visible de mi reducida biblioteca. Porque es en ese lugar desde el que diariamente, cada vez que leo o veo las noticias, me hace tener presente el enorme valor que tiene para una democracia el trabajo de un periodista y de su compromiso con el rigor y la independencia.
La democracia es el mejor sistema de convivencia que la Humanidad se ha otorgado y que tantas décadas, muertes y sacrificios ha costado implantarla. Así como el esfuerzo diario de tantas personas comprometidas en mantenerla. Abomino de todos esos populismos que se insertan en las instituciones democráticas para dinamitarlas, aprovechándose y ridiculizando todo el esfuerzo que ha costado contar con un sistema democrático. Me asquean las personas que no valoran el privilegio de vivir y convivir entre diferentes culturas, entre diversos y antagónicos pensamientos ideológicos, entre tantos espectros existentes respecto a religión, sexo, nacionalidades, razas, etc.
En nuestro presente hemos dejado que se cuelen tantas noticias falsas, tantos pensamientos tendenciosos, sin que la mayor parte de la población mantenga una posición crítica ante lo que percibe. Más bien lo común es reproducirlo sin el más mínimo filtro de incredulidad. Nos estamos ganando a pulso ser una sociedad totalmente manipulada y moldeable. Antes, las grandes compañías y los grupos de poder lo tenían más difícil con medios de comunicación independientes y unas sociedades reflexivas. Ahora, han visto que es mucho más efectivo crear y dirigir esos medios de comunicación y, desde esa posición, manipular a una población cada vez menos crítica y más individualista. Solo tiene que entrar en cualquier red social y, sin la necesidad de contrastar, hacer ideológicamente suyo lo que le entra por sus sentidos.
Cuando esta sociedad se dé cuenta de tan profundo error, de los ingentes costes medidos en términos de desigualdad y de ausencia de oportunidades que conlleva, quizás ya sea demasiado tarde para revertirlo. Hace 50 años dos periodistas destaparon una gran mentira e hicieron dimitir al presidente del mayor país del planeta. Hoy, ni una legión de periodistas podrían hacer lo mismo con las miles de mentiras de cualquier presidente de cualquier país, porque ya nos hemos convertido en una sociedad insensible ante las personas honestas, comprometidas y coherentes. Pero desde mi profunda tristeza y rabia, por encima de todo, mi admiración por los periodistas que siguen creyendo en la necesidad de su trabajo y esfuerzo, en que existan personas que quieran estar informadas con la verdad y la opinión fundamentada y contrastada. Brindo en este último mes de este año tan convulso por el trabajo del periodista honesto.
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