
La colmena
Magdalena Trillo
¿Adiós a l verde?
Alto y claro
No debía tener su mejor día el asesor que le montó al alcalde, José Luis Sanz, su excursión a Madrid para plantarse a las puertas del Ministerio de Transportes y depositar una carta dirigida al ministro, escrita en catalán, con las quejas de Sevilla por el maltrato al que el Gobierno de la nación somete a Sevilla. Una gansada, decía en estas páginas el domingo el compañero Juanma Marqués Perales. Y se quedaba corto. Sanz olvidó, y no es la primera vez, que el alcalde de Sevilla no solo debe serlo, sino también parecerlo. No basta con estar, sino que hay que saber estar. Con charlotadas de este tipo, carente de cualquier gracia, pone el cargo y por lo tanto también a la ciudad a la altura de Villarriba o Villabajo, los pueblos que se peleaban en el anuncio de la tele por quién lavaba mejor los platos.
Lo peor del asunto es que la performance chusca y la utilización maniquea y torpe de la lengua que se habla en Cataluña va a pasar sin pena ni gloria y, por supuesto, no va a ayudar a arreglar ninguno de los muchos problemas que tiene Sevilla con sus infraestructuras. Dicho lo cual, no hay que dejar de señalar que al alcalde le asisten razones poderosas para tener en bajísima estima, por decirlo con palabras suaves, al ministro Óscar Puente, que lo ha ninguneado sin ningún disimulo. Mientras tanto, Sevilla sigue estando absolutamente dejada del Gobierno de España y sus carreteras y ferrocarriles son los mismos que se construyeron para la Exposición Universal de 1992, sin que se le haya puesto una mano encima. Pero eso no es noticia. Pasaba lo mismo con Zoido, Espadas o Muñoz en la Alcaldía y con Aznar, Zapatero o Rajoy en la Moncloa.
No parece que el paso de Sanz por la Plaza Nueva vaya a cambiar el signo de los tiempos, aunque el futuro se ha vuelto más impredecible que nunca y lo que hoy es un dogma mañana puede ser un bulo. O viceversa. Lo cierto es que por razones diversas el Ayuntamiento de Sevilla parece haber entrado en fase de nervios y ello lo lleva a actuaciones extemporáneas, como la carta catalana, sin ir más lejos; o a pronunciamientos que despistan incluso a los suyos, como los supuestos intentos de desestabilización de los que el alcalde dice que es víctima sin querer, o saber, ir mucho más allá.
Bien haría José Luis Sanz en serenarse y afinar gestos y discursos. Y, sobre todo, elegir con inteligencia las peleas que empieza porque no está en condiciones de perder muchas más. Le queda un largo trecho por delante y no lo tiene fácil. Su principal problema es que no tiene demasiados amigos dispuestos a echarle una mano. Por descontado en el Gobierno central le van a poner todas las zancadillas que puedan. Eso va de suyo. Pero tampoco en el Palacio de San Telmo le van a colocar una alfombra para que se luzca, y en la dirección nacional de la calle Génova los últimos follones internos que suben desde Sevilla han hecho arrugar el gesto a los que de verdad mandan allí. Qué nervios.
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