El neocolonial Huevo de Colón

¡Oh, Fabio!

01 de marzo 2025 - 03:10

Ser un periodista castizo tiene sus ventajas. Una de ellas es que nunca faltan temas recurrentes, noticias-eco que se repiten con cierta periodicidad. Si el otro día hablábamos de la ya tradicional polémica de los carteles de primavera, hoy toca otro clásico del periodismo sevillano: el expolio del Huevo de Colón, que es el mote con el que el respetable –más listo de lo que parece– evita el pomposísimo título original del monumento El Nacimiento del Hombre Nuevo (así lo escriben, con todas sus anglófilas mayúsculas). Como hemos escrito en alguna ocasión, este enorme y maldito dídimo es obra del escultor ruso-georgiano, Zurab Tsereteli, una víctima más del gigantismo soviético cuyas esculturas colosales estropean no pocos paisajes urbanos del orbe. Pero hoy no queremos hablar de estética, sino de sucesos. Según informaba ayer el compañero Fernando Pérez Ávila, los vecinos de San Jerónimo han vuelto a quejarse del expolio del monumento, que, desde que se inauguró en 1995, ha sufrido numerosos saqueos y posteriores restauraciones. No debe haber un solo chorizo en Sevilla que no haya mangado alguna de sus planchas de bronce para venderlas en el rentable mercado negro de este material. Seamos francos: dejar semejante montaña del preciado metal en un paraje tan solitario como el Parque de San Jerónimo y pretender que no sea pasto de la real cofradía de rateros sevillanos y extranjeros, es como dejar una onza de chocolate en un jardín y aspirar a que las hormigas la respeten.

Pese a su tremendismo feísta y a su cierto estilo Unesco (lagarto, lagarto), uno le ha cogido cariño al monumento. Además, no nos parece bien quejarnos de las vejaciones que las esculturas del Almirante de la Mar Océana sufren en medio mundo y después condescender con este despelleje al que lleva décadas sometido el monumento sevillano. Tan intenso y continuado ha sido el pillaje del susodicho huevo que dudamos que quede alguna de las planchas originales que formaban su piel cuando fue inaugurado. O, quizás, sería mejor dejar que las hordas de chatarreros ilegales hagan su trabajo y terminen por devorar este gran cigoto que nos llegó de una Rusia en descomposición. Así evitamos que un día el ministro Ernest Urtasun o alguno de sus ayudantes decidan que hay que “descolonizarlo” o, peor aún, “resignificarlo” por su doble significado explotador y testicular.

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