Envío
Rafael Sánchez Saus
Luz sobre la pandemia
¡Oh, Fabio!
Primero fue aquel delirio de adornar el atrio del presidente de la Junta con laureles napoleónicos. Por poco no quitan a Hércules y sus amansados leones para sustituirlos por las iniciales de Juanma Moreno en su versión rococó y versallesca. Después, aquel exceso protocolario de colocar en fila a los consejeros y demás subalternos cada vez que su excelencia llega a un acto, como si fuese un capitán general (de los antiguos, de los de Cuba, Puerto Rico y Filipinas) pasando revista a sus tropas a los sones de la marcha Viejo Almirante. Más tarde empezó la reivindicación de la figura de Blas Infante, en un intento desesperado de arrebatarle a la izquierda la bandera de un andalucismo que a la derecha sureña siempre le ha dado repelús (y no con falta de razón). Por cierto, una disgresión: en esta democracia que presume de pluralista, cómo se ha tapado y ninguneado el libro de Macario Valpuesta sobre el padre putativo de la patria, en el que se nos descubre a un intelectual con ocurrencias que dejarían a Sabino Arana como un sabio discreto. En una entrevista que Emilio Cabrera le hizo a este doctor en Filología Clásica y Derecho leemos: “Blas Infante no amaba la Andalucía real, la que él proyectaba no existía”. No se puede definir mejor el delirio de los nacionalismos periféricos. Fin de la disgresión.
Continuemos. Más tarde nos salió Juanma Moreno con el asunto del Día de la Bandera (andaluza, por supuesto). Así, en plan Conchita Velasco y sus Chicas de la Cruz Roja. Para tal día no se le ocurrió otra cosa que apropiarse de la fecha del 4 de diciembre, que era la que solían celebrar los andalucistas (los de verdad, los fetén) para recordar las masivas manifestaciones a favor de la autonomía andaluza en 1977. Manifestaciones que, por cierto, la derecha de la que es heredera el PP no apoyó en absoluto. Y no por maldad o torpeza, como se nos ha querido inculcar a las generaciones posteriores, sino por convicciones (¿a alguien en San Telmo le suena esa palabra?) y razonamientos que, pasados los años, no estaban totalmente equivocados.
Y ahora, ¡oh, Fabio!, nos viene con lo “del andaluz” para que hagamos el ridículo al mismo nivel (o más) que el asturianu. Como si, para mostrar su vitalidad, las múltiples hablas andaluzas –sin duda, la más hermosa manera de parlotear el castellano o español– necesitasen de la patriotería lingüística o de “chiringuitos subvencionistas” como el que va a montar para apoyar la cosa la ilustre Patricia del Pozo, convertida definitivamente en consejera de Asuntos Folclóricos. El otro día hablábamos del regional-catolicismo; hoy del nacional-juanmismo... ¿Qué será lo próximo?, ¿el Frente de Juventudes Chirigoteras?
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