Un mundo terriblemente joven

¡Oh, Fabio!

18 de marzo 2025 - 03:08

Los libros tienen olfato. Saben buscar a su lector y asaltarlo, como los chinches a los perros. Notas autobiográficas, de Edgar Neville, aprovechó que yo había ido a la librería a hacer una entrevista –soy un pollo sin cabeza que se mueve por la ciudad haciendo preguntas– y no dejó pasar su oportunidad. Fue una simbiosis, al estilo de la del pez gobio y el camarón pistola. Él encontró un hogar y yo la diversión, con historias surrealistas como el accidente de un capitán de caballería (abuelo del escritor) y su coronel por la maldita culpa de una perra en celo (“ninfa coqueta”, en el elegante y humano decir de Neville).

Está bien tropezar con un libro como el del que les hablo en estos tiempos con tanto memo engolado y catequistas de la democracia y el buen periodismo. Está publicado por una editorial que hasta ahora desconocía, Azimut, y además de los textos tiene un fajo de fotos de Neville en todos los momentos de su vida: de marinerito melenudo, joven y delgado con Chaplin, maduro y gordo con Conchita Montes, de corto con Lola Flores, de blusa con Belmonte, de esmoquin con Isabel Vigiola, del bracete con Ortega y Gasset... y esa en unos jardines de Málaga con Ramón, su adorado maestro, el que le enseñó el arte de la palabra efervescente que cura la gripe del alma. Neville, el aristócrata que admiraba el confort norteamericano, nos cuenta algunas de sus andanzas en Hollywood, por la Europa de los balnearios, en el castillo familiar de Valencia, en Madrid o en la Guerra de Marruecos, a donde se fue en un arrebato de romanticismo cursi tras un desengaño amoroso. Pero no da lecciones, ni sermonea, ni se deja llevar por ese supremacismo moral con el que nos atormentan ahora todos los vainas que en el mundo existen y escriben novelas o artículos subidos en su pedestal. En un momento dado nos dice: “Los jóvenes tienen el horrible defecto de ser puritanos, de creer en el bien y en el mal absolutos, en la justicia estricta”. Y uno comprende que quizás el problema de nuestro tiempo es que todos, incluso los más respetables ancianos, quieren ser jóvenes, calzarse como jóvenes, amar como jóvenes, escuchar música de jóvenes, drogarse como jóvenes... Y de ahí viene el problema de nuestra política, en el que hasta los ogros como Rufián se visten de raperos (menos mal que los ujieres mantienen el decoro y el honor del hemiciclo). El peligro de la mocedad ya lo cató Neville, ese gordo chic que vivió un mundo terriblemente joven, de arte vanguardista y partidos revolucionarios a derecha e izquierda. Y después el matadero de Europa. De Algeciras a Estambul. Neville lo vio todo y participó en todo y por eso en este libro añora la restauración y sus hipocresías políticas (que no morales), los chistes de don Alfonso y las fiestas de Los Ángeles. De los jóvenes idealistas, líbranos señor.

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