Multicapa

La lluvia en Sevilla

27 de diciembre 2024 - 03:08

Cuando mis amistades que se dedican a la música electrónica hablan de la “multicapa”, siempre pienso que se refieren a mí. En estas fechas nos entra complejo de cebolla. En este momento llevo puesta una camiseta interior, sudadera de capucha, sudadera superpuesta a la de la capucha. Pantalón de licra, segundo pantalón de chándal imitación a terciopelo, dos calcetines por pinrel y demás ropa interior. A tales forros y refajos habré de sumarle el chaquetón antes de salir al centro en el que hago ejercicio, en cuyos vestidores me quitaré la mitad del atuendo y, al acabar la sesión, me lo volveré a poner para volver a casa, donde me lo quitaré todo, una ducha y vuelta a la multicapa, esta vez menos sport. Al acabar la jornada, el cerro de ropa será inexpugnable. Supongo que a ustedes les pasa lo mismo chispa más o menos. Porque es invierno, me rechistarán. Porque estamos en Sevilla, añadiré, y aquí llevamos de puñetera pena la gestión del frío.

Varios factores concurren en la fatigosa tarea de calentarnos en Sevilla. El primero, que mientras nuestro calor no es extremadamente húmedo, el frío en cambio sí lo es, lo que lo convierte en engañoso y nos cala a traición. Segundo: como los grados no bajan mucho, preferimos no pecar de exagerados y evitamos las prendas demasiado abrigadas. Entro en la web de una conocida marca de ropa de deporte y tiempo libre. Hay una “guía de capas”. Prendas para soportar hasta 23 grados bajo cero. “Esto es Sevilla”, dice una voz interior, desanimándome a adquirirlas. Tercero: nuestras casas, desde Al Mutamid, llevan esperando a que las acondicionemos. Salvo en Andalucía, en ninguna otra parte de España y Europa les entra en el coco que haga más frío dentro que fuera de las casas. Aquí frío no hará, pero tampoco hay quien entre en calor. Esta conjunción de variables –frío húmedo, ropa poco caliente y casas menos aún– nos arrastran con resignación, como si acaso tal cosa no pudiera remediarse, a la larga temporada en la que vivimos arrecidos. Así nos evocó, con mirada crítica, José Hierro: “Ojú, qué frío”./ Tiritaban bajo ropas/ delgadas, telas tejidas/ para cantar y morir/ siempre al sol. (…) Cuántos años hace de esto./ O cuántos faltan para esto/ que hace un momento viví/por los caminos... —ojú,/ qué frío— de Andalucía”.

Si famoso es el calor de Sevilla, más aún –y de peor recuerdo, si cabe– es nuestro frío, un frío de tergal, de escaso socaire, de guata y de moles de trapos por doblar. La silla (ese armario de guardia) se viene abajo de tanta multicapa, y es en vano. El comentario continúa siendo unánime en quienes nos visitan: “Nunca pasé más frío que la temporada en que viví en Sevilla”. Lo dicen con espanto. Con el espanto de haberse duchado en algún cuarto de baño sevillano.

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