Envío
Rafael Sánchez Saus
Luz sobre la pandemia
Gafas de cerca
En su monumental poema Retrato, Antonio Machado declara que conversa con el hombre que siempre va con él, y que tal soliloquio obró la alquimia de llevarlo a apreciar a los demás; eso que llamamos filantropía, la hija laica de la caridad. Se trata de una visión humanista que está en las antípodas de la zafiedad, el espionaje barato y el vertedero de complejos que montañas de gente practica en internet y sus redes sociales, normalmente atrincherada y de incógnito. Y es que, cabe proponer, mientras que la introspección serena puede llevar a la filantropía, la infinita plaza pública es el núcleo atómico de una misantropía contemporánea, un desapego esencial hacia la masa. No ya por el odio gratuito –indemne– que rezuman los francotiradores de móvil o tablet en gayumbos, sino por otra misantropía derivada, la de quienes asisten a la degradación de lo cotidiano frente al teclado, y acaban por renegar de sus semejantes.
Las postrimerías del XX eran aún ajenas a la condena de ese gran prodigio que es internet. Ahora, más allá de la pequeña mala leche de los hilos sobre la tortilla de Betanzos o la forma de cortar el jamón, la Justicia tiene el enorme toro que lidiar que supone la tamaña cantidad de indicios y de pruebas falsas o verdaderas que origina el correo electrónico o el WhatsApp. Queda por delante el control de la comunicación infinita y sus monstruos por parte de la autoridad competente, deseablemente judicial. Esta semana, el ya ex secretario general del PSOE de Madrid, Juan Lobato, se ha revuelto contra la mano que le daba de comer, y para ello ha aportado a la alta curia mensajes de móvil en los que, plausible o presumiblemente, se constata que el ataque al novio de la presidenta madrileña, Ayuso, era tinta de calamar expelida desde la mismísima Moncloa. Gravísimo sería. La política descarga sus miasmas y sus marrones entrañas sobre el poder judicial.
Cabe consolarse con que la bazofia politicona en curso se desnude, desenmascare y desarme al menos en alguna medida gracias a internet. Y que esa Imperator Rex de la comunicación y la vida diaria comience a ser puesta en duda por los usuarios de tropa. Que desconfiemos del Gran Hermano, el ojo que todo lo ve desde Silicon Valley, la China mandarina o quién sabe quién y quién sabe dónde. El santo grial de estos tiempos de extremo control de la intimidad por satélite, fibra, nube y el reconocimiento facial bien puede ser la insumisión de un retorno a la pretecnología. Masivamente, una revolución. Confío, eso sí, en esta idealidad lo mismo que en que me toque uno de los seis décimos que llevo para el Gordo.
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