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Hubo un tiempo en que el Guadalquivir fue un dios bifronte que lo mismo traía a la ciudad riquezas y oportunidades que muerte y destrucción, con imágenes como las que estos días vemos con espanto en el Levante español. Como apunta don Francisco Morales Padrón en su opúsculo Sevilla y el río, mientras más documentación histórica tenemos de un periodo, más evidente es que las riadas, lejos de ser fenómenos aislados, eran una realidad cotidiana en la ciudad hasta que las grandes obras hidráulicas de los siglos XIX y XX consiguieron domar a un Betis que, como nos recuerda la Epístola moral a Fabio, era capaz de dilatar “hasta los montes su ribera”.
Si la primera inundación de Sevilla de la que tenemos constancia documental es en 1168 (“el río saltó por sus dos márgenes”, escribió Abul-Husayn Muhammad Ibn Safar), es en los siglos bajomedievales cuando los datos se disparan: 1434, 1435, 1481, 1485.... y así hasta prácticamente la inundación del Tamarguillo y la consiguiente y desdichada Operación Clavel, en 1961, canto del cisne de las riadas sevillanas. Tantas eran las avenidas que se les nombraba por el santo del día, como hoy se denominan a las DANA con esos nombres ridículos e impostados. Dicen que una de las más importantes fue la de Santo Tomás, en 1603, aunque la peor aconteció en 1618, en el llamado “año del diluvio”. “Entró el diluvio en Sevilla/ rompiendo sus baluartes”, escribió un anónimo en una discreta comedia titulada La respuesta está en la mano.
Tanta agua y desolación ha dejado grabada en la memoria colectiva imágenes de barcos al garete por el río, caballos abrevando en lagunas junto a la Catedral, cadáveres flotando en las plazas, vendedores ambulantes en barcas por las calles, arrabales y conventos arrasados, los hermanos de la Caridad enterrando a los ahogados sin dueño... También esos pequeños azulejos que hoy sirven para diversión de los curiosos y que nos informan de que “En 21 de enero de 1856 llegó el río hasta esta línea”.
Luego, como decíamos, llegaría la ingeniería de Caminos, Canales y Puertos con sus cortas y canales: Perosini, Moliní, Delgado Brackenbury... El fiero y cruel Betis se convirtió a su paso por Sevilla en un eunuco afable, apto para las actividades recreativas y el paseo dominical. Pese a lo dicho, todavía hay quienes claman que se devuelva al Guadalquivir a su estado natural e indómito. Antes, claro, habría que recuperar las murallas, cuya principal función, más que frenar a las huestes enemigas, era evitar la invasión de las aguas.
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