Las dos orillas
José Joaquín León
Plataforma para las sillas
Un bigote puso en marcha un tornado de recuerdos. Su bigote, el de Tomás Carramolino, es un trazo horizontal que como una cimitarra preside la fotografía en la que aparecemos los 56 soldados de la compañía en el Centro de Instrucción de Reclutas Santa Ana de Cáceres. Verano del 78. El verano de los tres papas. En el campamento nos enteramos de las muertes de Pablo VI y Juan Pablo I (el efímero Albino Luciani que sale en la tercera entrega de El Padrino) y nombraron a Juan Pablo II. Fue el año de la Constitución. Mi amistad con Tomás tiene los mismos años que la Carta Magna y eso que nunca nos carteamos. Coincidimos las Navidades de ese mismo año en un permiso y 45 años después hemos vuelto a conectar.
Tomás es de Campo de Criptana, paisano de Sara Montiel, que murió el mismo día que Margaret Thatcher. Se casó dos años después de aquel campamento extremeño. En su taquilla tenía una foto de su novia, María Jesús, madre de sus hijos, abuela de sus nietos. Yo guardaba en la mía un ejemplar de Ababdón el exterminador, la novela de Ernesto Sabato, cosa que años después me recriminó el escritor argentino. Tomás ha sido viajante, como el protagonista de La metamorfosis de Kafka, y vino muchas veces por Andalucía. Igual alguna vez se cruzaron nuestros destinos en una estación de tren, en una gasolinera o en un bar.
Recordamos a algunos reclutas de aquella compañía: el malagueño que era profesor de Matemáticas y enseñó algunas cuentas a un pastor de cabras de Cómpeta; el vitoriano que me enseñó Por el camino de Loja, la canción de Juan Lucena con la que he acunado a todos mis hijos; Pepe el Largo; Grano de Oro, un personaje digno de Macondo. Tomás veranea en un pueblecito que se llama Alameda de Cervera, entre Campo de Criptana y Tomelloso. Este topónimo removió otros recuerdos. La primera entrevista de mi vida, la que le hice a Francisco García Pavón. La cita fue en el Café Gijón y en la amable dedicatoria en su novela Ya no es ayer anotó la fecha: 16 de noviembre de 1976. El año que salen El País y Diario 16, que Adolfo Suárez llega a la presidencia del Gobierno y Checoslovaquia le ganó a Alemania la Eurocopa de Yugoslavia.
Leí Ya no es ayer con los 19 años de aquel encuentro en el Café Gijón. La estoy releyendo con 67 y no ha perdido frescura. La entrevista se publicó en Cuadernos Manchegos, número de julio de 1977, revista que se editaba en Tomelloso, que dirigía Paco Rosado y en la que yo, un imberbe del reporterismo, figuraba como redactor-jefe y jefe de la sección de Cine. Recuerdo viajes a Tomelloso para participar en la reunión de cierre cruzándome con los tractores de la vendimia.
Entrevistaba en Madrid a manchegos ilustres: después de García Pavón vendrían Antonio López, otro maestro de Tomelloso, el dramaturgo Francisco Nieva, Gregorio Prieto, el pintor amigo de Cernuda. En el paquistaní de la calle Feria hemos comprado un melón de Tomelloso que me ha trasladado al bigote de Tomás Carramolino y a las historias de Plinio, el jefe de la Policía municipal de Tomelloso al que García Pavón convirtió en un Philip Marlowe manchego igual que hizo de Tomelloso una Nueva York mesetaria.
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