
Ropa Vieja
Martín Lorenzo Paredes Aparicio
En el tajo
Alto y claro
Mientras este periódico sigue desgranando informaciones que demuestran la manga ancha, muy ancha, con la que los actuales gobernantes de la ciudad de Sevilla manejaban los fondos de su grupo político durante los años felices, para ellos, del imperio municipal de Juan Ignacio Zoido, nos enteramos de que los andaluces nos vamos a gastar este año 13 millones de euros en subvenciones para los grupos del Parlamento andaluz. No hay nada, faltaría más, que relaciones una información con la otra, salvo el denominador común de que estamos hablando de dinero con el mismo origen, la contribución vía impuestos de todos los ciudadanos, y los mismos fines, el pago de los gastos que ocasiona que nuestros legítimos representantes se dediquen a representarnos.
Nada, en principio que objetar. Nadie dijo que la democracia tuviera que salirnos gratis. Y si los españoles hemos decidido tener, de menor a mayor, ayuntamientos, diputaciones provinciales, gobiernos autonómicos, gobierno central y presencia activa en las instituciones europeas, todo ello hay que pagarlo. Otra cosa es lo que uno pueda pensar sobre lo que rentan o no, desde un punto de vista social, los 13 millones que vamos a dedicar, sueldos y otras bagatelas aparte, que sus señorías se sienten en el Hospital de las Cinco Llagas a aprobar, de vez en cuando, alguna que otra ley y a pelarse, siempre, con los de enfrente. Lo mismo se podría decir de cualquier otro gasto destinado al funcionamiento de las instituciones políticas y, a partir de ahí es fácil caer en la demagogia y acercarse al populismo, una tendencia que cada día gana adeptos. Gastarse dinero en estas cosas es también la democracia o, por lo menos, la democracia tal y como la hemos entendido los españoles en el último medio siglo.
Pero el asunto adquiere una dimensión muy diferente cuando ese dinero se utiliza para hacer mangas y capirotes, para repartírselo entre unos pocos a modo de gratificaciones particulares no se sabe muy bien por qué o para contratar decenas de autobuses para llenar un mitin a mayor gloria del jefe. En ese caso sí conviene poner el dedo en la llaga, informar con detalle y rigor a los ciudadanos y pedir las correspondientes explicaciones que, por cierto, no tienen fecha de caducidad. Es lo que está haciendo estos días este periódico y todos los sevillanos deben alegrarse de que estos hechos dejen de estar ocultos.
No hemos descubierto las fuentes del Nilo. Casos similares, y muchos más graves, salpican la historia española durante las últimas décadas. Y todo hace indicar que lo seguiremos viendo en los próximos años. Lo que sí llama mucho la atención es que, después de tantas y tantas cosas como se han ido sabiendo, la política no esté vacunada contra este tipo de abusos. La tentación del dinero, de meter la mano en la caja, sigue siendo, por lo que parece, demasiado fuerte. Sobre todo, cuando se trata de dinero público que, como dijo una ministra famosa, al ser público no es de nadie.
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