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Rafael Sánchez Saus
Luz sobre la pandemia
Paisaje urbano
Cuando nuestro amigo alcalde y diputado por Huelva nos propuso una visita a la sede de la soberanía nacional, aparte del inolvidable rato de amistad y convivencia, no podíamos imaginar la grandeza que se esconde dentro de aquellos edificios conventuales perfectamente adaptados a su uso actual, lo propio de una nación con siglos de historia que ha pervivido, con sus dificultades, hasta la democracia consolidada europea que es hoy.
Lo primero que sorprende al visitante es su condición de legado, que no renuncia a mostrar en su magnífica pinacoteca la presencia de lo religioso en nuestra historia contemporánea a la vez que acoge con armoniosa naturalidad símbolos de ciudades y regiones, sobre todo el Senado, cuya nunca desarrollada del todo función de cámara territorial imprime un cierto tono plural que no desentona dentro la unidad bien representada ahora en la Corona. Al observador sevillano sin duda causará alegría encontrarse con el frontal del palio de La Candelaria que pintó Carmen Laffón en los pasillos del Senado.
Pero a mí lo que más me interesó fue lo que tiene de paseo por nuestra historia constitucional, empezando por la imponente figura de la reina Isabel II junto a la entrada principal, bastante más agraciada por cierto de en lo que en verdad era, que para eso fue quien hizo levantar el edificio sobre el antiguo convento del Espíritu Santo en 1843. Todo lo que allí uno va dejando a su paso (las alfombras, los cuadros, los bustos y retratos de los nuestros parlamentarios más ilustres, los espléndidos relojes como el astronómico que preside el salón en el que mantuvieron separados a relevantes políticos de la izquierda la noche tremenda del 23-F…) rezuma categoría y elegancia, con el remate del recóndito hemiciclo que hemos visto cada día en la televisión desde que éramos niños, mucho más pequeño ahora a la vista, pero a su vez más impactante por el perfecto cuidado de todos sus detalles.
Viéndolo así, tan entrelazadas la representación de la soberanía con nuestra historia común de los últimos dos siglos, uno se pregunta cómo se ha llegado al nivel de bajeza y desprecio por el adversario que oímos un día sí y el otro también, cómo desde los diferentes grupos parlamentarios (esa figura, me temo, cada día menos relevante en política) tan poco se hace para evitar tanto comportamiento impresentable. Cómo, en fin, teniendo tanto tenemos que conformarnos los sufridos ciudadanos con tan poco.
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