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Ignacio F. Garmendia
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Cuando en 2020 Joe Biden se alzó con el triunfo en las presidenciales de EEUU, fuimos muchos (incluido un servidor) los que celebrábamos que al despacho oval de la Casa Blanca llegara alguien que, en principio, estaba alejado del modelo de excentricidad que significaba el personaje de Donald Trump. Cuatro años después, sin embargo, el magnate y político republicano, se ha alzado con una incontestable victoria, que no solo le va a otorgar la presidencia de la primera potencia mundial, se va a hacer con un poder total por cuanto además va contar con el control absoluto del Senado americano.
Este incontestable triunfo de Trump no solo ha roto todas las previsiones que apuntaban a una lucha igualada entre el próximo presidente y la candidata Harris, sino que supone un nuevo escenario a nivel mundial, no solo en cuanto a las claves de la geopolítica internacional, sino que supone un giro de guion en la percepción que la sociedad tiene de una clase política profesionalizada y enjaulada en una burbuja cada vez más alejada de la realidad social. Más allá de las consecuencias en el tablero político internacional de las decisiones de Trump sobre Ucrania, Israel, China o la UE, la victoria de Trump supone una brecha entre los discursos dogmáticos de los oficialismos y la percepeción de la realidad del ciudadano de a pie.
Por eso, hay una parte importante de la ciudadanía que, más que celebrar la victoria de Trump, se alegra de la derrota de Kamala Harris, incluso sabiendo y dando por asumido que Trump no deja de ser un tipo misógino y excéntrico. Porque esa victoria en las urnas, no deja de ser una dolorosa derrota en la llamada “guerra cultural” de ese totalitarismo woke que señala, persigue y cancela a todo aquel que cuestiona los dogmas que predican desde su autoconvencimiento de falsa superioridad moral. Para muchos, la victoria de Trump es la victoria de la libertad de pensamiento frente a los experimentos de ingeniería social que trata de imponer la ideología woke, al más puro estilo orwelliano.
A pesar del catastrofismo que anuncian los agoreros, las consecuencias reales del próximo mandato de Trump están por ver. Es un hecho incontestable que su victoria va a condicionar muchas de las cuestiones que están en juego en estos momentos. Pero en cualquier caso, los americanos han dicho basta a la imposición generalizada del movimiento woke. Y ha sido una decisión democráticamente incontestable, que es imposible de cuestionar. Al fin y al cabo, estamos los españoles como para decirle a nadie que no saben votar.
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