Vericuetos
Raúl Cueto
Solferino
LA OPINIÓN
Siempre recordaré la primera noche de San Antón en la que participé como público en familia en la esquina de Ivarte. Era una noche gélida, pero cargada de magnetismo con esas misteriosas antorchas, que iluminaban el paso de corredores de élite en cabeza, para afrontar el último kilómetro con un apoyo incondicional del apasionado público.
Me generó sin darme cuenta la necesidad de seguir acercándome cada año a disfrutar de los grandes atletas, así como de la cada vez más crecida participación de corredores y aficionados, hasta que llegó el día que me inscribí con un respeto enorme a las temidas cuestas del Paseo de la Estación y los Escuderos, porque era corredor ocasional, pero una vez en la carrera la sorpresa surgió en el momento más emotivo, cuando comienzas a subir por el Gran Eje camino de la meta y tienes la sensación, que se empina la meta a cada paso. Tras cruzar la meta eres consciente de que la magia te ha atrapado y que esta energía no dejará de crecer año tras año.
El siguiente objetivo era participar con mi hijo, aunque ya no era infantil, porque la carrera te invita a compartir las emociones. Efectivamente, esta experiencia hizo que el respeto, la admiración y la satisfacción aumentara.
Cada año era la cita esperada a la que acudías con amigos con los que entrenabas, para poder disfrutar la carrera y como no, mejorar la marca, porque de la magia surgían las ganas por mejorar.
El año que entendí que la carrera nos había cambiado fue el que llovía a cántaros y se acercaba la hora de ir a la salida. Surgían las dudas, pero finalmente nos pusimos en el cajón de salida. La sorpresa es que éramos muchos y cuando miraba al cielo viendo cómo caía el agua, observaba que simplemente sonreíamos y solo deseábamos disfrutar cada paso de esa espléndida carrera pasada por agua.
Sin darme cuenta me hice socio del club Trailrunners Avanza Jaén y la participación en la carrera cobró una dimensión de equipo. Quedábamos en la puerta del Yuma’s, para hacernos la foto oficial y desearnos suerte, porque nos esperaba la cerveza después y comentar la increíble experiencia.
Finalmente, conseguí correr en familia con mi esposa, con mi hija y con mi hijo, junto a amigos y compañeros del club, porque siempre sentí que esta carrera era familiar. Fue tremendamente divertido y complicado, porque la participación era cada vez más numerosa, pero la llegada era una fiesta inolvidable.
El ambiente festivo irrepetible te envuelve una vez más con su musical armonía y genera una cálida convivencia, iluminada tras la carrera por las tradicionales lumbres, que te susurran al oído que el año próximo no puedes faltar, mientras las ascuas se apagan lentamente.
Y así ha ido creciendo esta carrera con la energía y la magia, que siempre la ha envuelto, conquistando a cualquiera que se acercaba, porque esta ciudad como su carrera es tremendamente hospitalaria y familiar. Espero que seamos capaces de seguir haciendo mejor esta carrera, y que nos ayude a convencernos del tremendo potencial que tenemos en esta ciudad, en el Santo Reino.
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