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Aespaña no la va a reconocer ni la madre que la parió. Eso prometió Alfonso Guerra que iba a pasar con el primer Gobierno socialista de la democracia, de su mano y la de Felipe González. Y pasó, en gran medida. Al PSOE que hoy cierra su congreso federal en Sevilla no lo pueden reconocer ni los padres que lo renovaron. O sea, Felipe y Alfonso.
Aquel era un PSOE vivo y militante, muy pegado a la realidad y enraizado en el tejido social, con debates internos y disidencias asumidas como normales (el abandono del marxismo como seña de identidad provocó hasta la dimisión temporal de su máximo líder), visiblemente socialdemócrata y armado de un proyecto de modernización de España. El PSOE que hoy aclama a Pedro Sánchez en Sevilla es un PSOE mortecino, en el que el debate ha sido sustituido por la consigna, los discordantes son mandados a callar o calculadamente apartados, el liderazgo es unipersonal y cesarista, la autoridad se ejerce sin contrapesos y no existe más proyecto para España que la resistencia ante una realidad adversa. Resistencia ilimitada: como para llegar al poder con la bandera de acabar con la corrupción y decir la verdad, y terminar devorado por conductas corruptas en casa y alrededores y sin decir la verdad ni al médico. Ahora anda enredado en dos grandes mentiras. Una, que él ganó las elecciones generales en 2023; otra, a futuro, que no sólo acabará la legislatura, sino que estará más años aún como presidente.
El Partido Socialista actual, que está lleno de militantes honrados y generosos, ha sido desnaturalizado y deshuesado para ponerlo al servicio de un solo hombre. Hoy día no es un partido progresista, sino progre, ideológicamente más propicio a los planteamientos populistas que al socialismo europeo occidental, que se esfuerza en ocupar todas las instituciones democráticas y combate, ataca o insulta a las que se le resisten y cuya debilidad parlamentaria le conduce a ponerse en manos de unos cuantos diputados que, por vocación, trayectoria y confesión, no quieren lo mejor para España, sino lo peor. Y, por último, que empezó su mandato levantando un muro contra la mitad o más de los españoles y no ha parado de reforzarlo. Toda la moderación y la búsqueda de la centralidad de aquel PSOE de Felipe y Alfonso ahora es crispación y extremosidad.
Todo por el poder de alguien que el diario gubernamental El País –hace tiempo, ¿eh?– definió así: un insensato sin escrúpulos.
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