No llores por mí

25 de mayo 2024 - 06:32

Gobernar un país exige responsabilidad y prudencia. Sentido de Estado y diplomacia. Sobre esos pilares debe recaer todo el peso del edificio social, porque ya tenemos bastante con los vaivenes económicos como para tener que soportar también la retahíla lenguaraz y las monsergas barriobajeras de quienes se amparan en la función y exposición pública para soltar lindezas del contrario de turno.

Argentina y España, a la vista de los últimos acontecimientos y otros que sin duda llegarán, tienen un serio problema compartido y es su clase política (poca clase), que se arroja el privilegio de despotricar y difamar en nombre de sus respectivas ciudadanías, siendo estas meras espectadoras de la reyerta cotidiana a navaja y corbata. Los más sensatos asistimos asqueados, mientras los más fanáticos vociferan a favor del púgil que más simpatía les genere o más beneficio les traiga defender.

La democracia (¡qué pena!) se ha convertido en un nuevo circo a falta de pan. Ya no prima la palabra en el parlamento de turno, sino el insulto y el descrédito. Palabras al fin y al cabo, pero no hechas para el acuerdo. Palabrotas, que diría mi hija de 7 años… Y es tal mi hartazgo por la realidad circundante que hasta evito ver las noticias delante de mis hijos con tal de no pasar vergüenza. Triste futuro para esta generación, acostumbrada al ataque y la infamia; no me extraña que los jóvenes solo quieran evadirse con sus teléfonos, con tal de no levantar la mirada. Es lo que sucede cuando no hay referentes de altura y cuando todo parece un teatro del absurdo, impostado y manipulado con el único fin de acrecentar brechas y cavar trincheras, sin caer en la cuenta de que estas siempre se acaban convirtiendo en tumbas, donde la primera que yace es la verdad.

En Argentina, Milei; en España, Mileu…ristas. Paralelismo de miserias con un océano de por medio; ofensas fáciles sin fronteras compartidas; rédito a partes iguales; entretenimiento televisado. Y, mientras tanto, así en la Pampa como en el Bierzo, así en los Andes como en Cazorla, seguimos cotizando y bostezando cada mañana porque nos va la vida en ello, a pesar de estos actores de medio pelo que solo buscan sus cinco minutos de gloria. A un lado entonamos coplas; al otro tangos. Ambos cantamos al desamor y la decepción. No llores por mí, Argentina, que ya lo hago yo…

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