Llorecas de los días más tristes

Crónicas levantiscas

09 de enero 2025 - 03:08

Ahora que los niños vuelven a los colegios, ahora que se acaban las vacaciones de sus maestros, siempre parejos con los ciclos de descanso de sus pupilos; ahora vienen los días más tristes del año. El tercer lunes de enero es el peor de ellos, el blue monday, cuando los docentes se habrán gastado casi todo el sueldo y tendrán que hacer frente a la esclavitud de papeles a los que están sometidos por parte de la Consejería. Qué dolor.

A pesar de sus quejas, no forman los maestros el sector más lloroso, sino el de los agricultores. Ya hace 35 años que escribí mis primeros reportajes sobre la inminente muerte del campo andaluz a causa de la nueva Política Agraria Común, la paca. Bruselas iba a acabar con la fijación de los precios políticos, que habían dado como resultados excedentes montañosos de lácteos, y pasaba a subvencionar al agricultor por cada hectárea sembrada.

Algunas organizaciones, las mismas, auguraron entonces el fin de la agricultura andaluza, pero los campos están ahora, en este invierno de 2025, más aseados que nunca. Las tierras que se ven desde las carreteras nacionales y secundarias están peinadas con precisión milimétrica a la espera de las lluvias que caerán en unos días, los caminos lucen limpios, los cortijos blanqueados y los inmensos olivares intensivos y de regadío están copando los paisajes agrarios de la Baja Andalucía. La aceituna se desplaza desde las tierras altas de Jaén hacia la costa, los fondos de inversión pintan verde.

Claro que hay muchos agricultores que dejaron la actividad, pero la muerte que se ha anunciado cada vez que se aprueba una reforma de la política comunitaria no ha llegado: hay cambio, innovación y perdedores, pero esto sigue siendo el vergel de Europa. Y, a veces, llueven euros.

Pero entre todos los quejosos, más que los agricultores porque tienen menos razones, destacan mis llorecas, las patronales de la hostelería, ésa que ha calculado que su facturación caerá un 15% estas Navidades. Qué pena, los abrevaderos se han quedado vacíos; las cartas de tapas, imposiblemente modernas, están impolutas en las mesas solitarias de los bares, donde sólo se posan los gorriones como reclamo de algún turista despistado que sigue viajando a España; los precios por los suelos, como el ánimo de todos los llorecas que ven aproximarse estos tristes lunes azules como el telón del Apocalipsis.

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