Liberalismo y realidad

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16 de marzo 2025 - 03:12

Frente a los límites del liberalismo teórico (y de otras doctrinas afines como el libertarismo o el neoliberalismo), cuyas previsiones son difícilmente aplicables y, en algunos aspectos, hasta inasumibles, me ocuparé hoy del liberalismo apegado a la realidad, esto es, del que nace de la experiencia de cada individuo, de ese “liberalismo instintivo”, del que habla Javier Benegas.

De entrada, hay que admitir que es muy difícil reformar las sociedades de la noche a la mañana, de arriba hacia abajo, imponiendo un credo no sentido por la ciudadanía. El cambio ha de ser gradual, nunca como producto de una desastrosa ingeniería utópica, sino sumando, con paciencia liberal, experiencias proclives a la mutación. Al tiempo, hay que aceptar que el mundo es como es, sin caer en una pureza ciega que lastra el progreso de la idea. Añádase que liberal, en este sentido experiencial, puede serlo cualquiera. Lo es, sin duda, quien no se siente dueño de todas las respuestas y se abre a un diálogo sincero. También cuantos se opongan al injustificado expolio fiscal o a la vergüenza de una escuela adoctrinadora y sectaria.

El liberal instintivo, observa Benegas, tiene una sana desconfianza hacia el poder, pero no está en guerra con la religión, la tradición y la costumbre, sino que convive con ellas como elementos presentes –aunque jamás tolerará que impuestos– en una realidad plural, enriquecedora y definitoria. Tiende, además, a desoír “la llamada de la tribu”, basada en nacionalismos y sangre, para abrazar otros vínculos fundamentados en el respeto, la paz y el beneficio mutuo. Entender así la vida supone, claro, no renegar del pasado, aun amargo, porque éste forma parte del escenario en el que existimos. Hay que corregir errores y destejer lo mal tramado, pero sin prisas de visionario. El sentir liberal nos reclama libertad y no aborregamiento ni esclavitud a una supuesta corrección política; igualdad y no un empobrecedor igualitarismo; fraternidad y no una solidaridad sin alma, carente de la razón profunda a la que nos lleva nuestro origen común.

Se puede ser liberal sin ser consciente de que uno lo es. Basta con interiorizar, sugiere Hernán Bonilla, que una sociedad libre se cimenta en pilares que no se pueden modificar de una forma radical, voluntarista ni atropellada. Éste es el verdadero núcleo de un pensamiento que huye del relativismo moral, se centra en el individuo y nos hace más humanos y mejores.

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