
En tránsito
Eduardo Jordá
Un viejo país ineficiente
Las dos orillas
Nunca el tiempo corre tan rápido como en la tarde del Jueves Santo. A veces pienso que son horas mágicas, eclipsadas sin quererlo por la plenitud posterior de la Madrugada. Es un eclipse parcial, que no oculta por completo el brillo del Jueves Santo. La cantidad de acontecimientos que viviremos en 24 horas no debería tapar la calidad de unas vivencias que son inolvidables. Y no sólo porque salen siete cofradías históricas, que en sí mismas cada una es un tesoro que se deposita en las calles. La tarde del Jueves Santo tiene una espiritualidad propia, que va más allá de la liturgia, a pesar del ruido de fondo.
La Semana Santa de Sevilla es la Semana Santa del mundo. Lo decimos con frecuencia y es verdad. En la tarde del Jueves Santo, y sobre todo en la Madrugada, van a salir a las calles imágenes que representan las devociones mayores de la ciudad. Pero también del mundo, y quizá del universo. Sin embargo, la solemnidad de la liturgia del Jueves Santo, su esplendor, tampoco tiene comparación posible.
Tarde de santos oficios en la Catedral, que presidirá el arzobispo entre cánticos solemnes, y que culminarán con el traslado del Santísimo al monumento eucarístico, ahora instalado en la Capilla Real. Con el reloj haciendo tic tac en la Puerta de San Miguel, cuando poco antes de las siete de la tarde entrará la cruz de guía de Los Negritos. Ahí está un momento sagrado de la Semana Santa. Las siete de la tarde, cuando la Exaltación está en la carrera oficial y las Cigarreras entrando. Cuando Montesión se acerca desde la Alameda. Cuando en la Magdalena se prepara el misterio imposible de la Quinta Angustia. Cuando en el Valle se ultiman los preparativos para salir de la Anunciación. Cuando todavía falta algo más de una hora para que Pasión muestre al Hijo de Dios hecho escultura.
A esa hora está el Santísimo en los sagrarios de Sevilla. A esa hora se está cumpliendo el antiguo rito (que no se debería perder) de las siete visitas. En los sagrarios de las parroquias y de los conventos de clausura. En esa Sevilla oculta y mística que sobrevive entre la masificación, la vulgarización y el secularismo. La ciudad de las clausuras y los patios en silencio. Los conventos donde sobreviven pocas monjas, que también necesitarían un aumento permanente en esos cortejos que aún cantan al Santísimo en esta tarde, que cada año se hace eterna y a la vez tan corta. Mujeres de mantilla y hombres con traje oscuro recorren una ciudad enteramente entregada a una religiosidad que no siempre es bien digerida. Todas las músicas de esta tarde suenan por el amor de Dios.
También te puede interesar
En tránsito
Eduardo Jordá
Un viejo país ineficiente
Paisaje urbano
Eduardo Osborne
Siempre nos quedará la radio
Las dos orillas
José Joaquín León
Luces, sombras, pilas y velas
Viva Franco (Battiato)
La ‘Pescaíto Fashion Night’