
VERICUETOS
Raúl Cueto
Helarte
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Este martes 29 se aprueba en Consejo de Ministros la reducción de la jornada laboral a 37’5 horas semanales, después de meses de tira y afloja no solo entre patronal y sindicatos, sino en el seno del propio Gobierno. No es para menos. La medida, que por su titular invita a pensar que es una gran noticia para la clase trabajadora española, esconde en su letra pequeña cuestiones que no son baladí y que va precisamente contra la cada vez más escueta clase media española, que es la que siempre acaba pagando la fiesta.
La noticia es que usted y yo trabajaremos 2’5 horas menos a la semana percibiendo el mismo sueldo. O lo que es lo mismo, media hora menos al día de lunes a viernes. 30 minutos adicionales para disponer de libertad para estar con la familia, ir a la compra, al gimnasio o al bar de los amigos, sin que nos toquen los emolumentos de la nómina a final de mes. Parece una buena noticia. Sin embargo, no es oro todo lo que reluce y más allá del resplandor, hay sombras que merecen ser conocidas.
La medida no tiene ninguna contraprestación contra el empleador. Esto es, el empresario, quién tiene que hacer frente ahora a los mismos costes laborales a cambio de una productividad menor de su empresa. Y esta es la clave que en su, no se muy bien si es oportunismo, maldad o ignorancia no acierta a comprender la izquierda. Porque hay algo que traspasa toda lógica o ideología; el fin de una empresa es ganar dinero. Y pagar el mismo sueldo por menos trabajo, supone perder dinero.
Aceptar que lo que a priori es una buena medida para la sociedad y los trabajadores, tiene que ser sufragada íntegramente por el empresario, es un argumentario tan populista como peligroso. Comprar el argumento de que el empresario es un rico explotador que puede permitirse tener menos beneficios, es una gran ficción que solo tiene cabida en las torticeras mentes del populismo más rancio de la izquierda. Porque en España, no todos los empresarios son Paco Roig o Amancio Ortega, quienes por si fuera poco, son los grandes beneficiados de esta medida impuesta de la izquierda.
El tejido empresarial español no es exclusivamente Zara o Mercadona. El tejido empresarial español es el panadero del barrio, el bar de la esquina o el supermercado de toda la vida. El vecino que te fía muchas veces el pan. El que te pone el café cada mañana o te corta las lonchas de jamón york del bocadillo de tus hijos a medida. Ese que cada vez que abre la persiana, tiene que hacer más números para no bajarla definitivamente al final del día. Ese al que si le obligan a reducir media hora la jornada de sus empleados sin una contraprestación económica o fiscal, tiene que pagar más salario para compensar esa media hora extra, reducir su horario comercial o suplir el mismo el trabajo de su empleado para seguir ofreciendo sus servicios.
Y ese esfuerzo adicional, unido a la cada vez más asfixiante presión fiscal, es lo que hace que para sobrevivir sin caer en la ilegalidad laboral, tenga que subir los precios para mantener un exiguo margen comercial que le permita seguir sobreviviendo, obligándolo a perder competitividad frente a las grandes corporaciones que, por economía de escala pueden trabajar con márgenes ajustados manteniendo los beneficios en su cuenta de explotación. Por eso, cada vez hay más Mercadonas que colmados de barrio, más Zaras que tiendas de ropa de barrio y más Starbucks que cafeterías de obrador casero. Porque el que paga los platos rotos de la política de persecución y demonización del empresario, es el pequeño emprendedor y no el presidente de una compañía cotizada que arroja a final de año dividendos.
De hecho, son esas grandes empresas con cada vez más presencia las grandes beneficiadas de estas supuestas políticas progresistas de izquierdas, ya que la desaparición del pequeño empresario, conduce al mercado hacía una situación cada vez más monopólica donde las grandes empresas ganan cada vez más poder y dinero. Empresarios con ingeniería fiscal y legal a su alcance, suficiente para tributar casi a la carta, donde redistribuir el horario de sus miles de empleados para compensar el nuevo horario laboral, es casi un mal menor a cambio de perpetuar su situación de privilegio.
Quizá sea por eso que en los últimos años, hemos visto a los grandes empresarios mundiales aliados con posiciones de izquierdas. Bill Gates, Soros, Botín, Slim… todos ellos han promovido públicamente movimientos políticos de izquierda y mucho me temo que tiene mucho más que ver con los beneficios que les reporta a la hora de mantener su privilegiada posición de poder que por un ataque de solidaridad o buenismo sobrevenido. Y mientras ese reducido núcleo poderoso se revuelca de la risa con los patéticos ataques de sus títeres zurdos en redes sociales, las clases medias españolas, soportamos cada vez una carga fiscal más alta para mantener un supuesto estado del bienestar que se desmorona por momentos.
Carreteras tercermundistas, la espada de Damocles de las pensiones, un nivel educativo cada vez más bajo o listas de espera sanitarias eternas son lo que recibe a cambio el españolito medio a la que cada vez le sobra más mes al final del sueldo. Tal vez sea ese el plan. Lo que siempre soñó la izquierda; una clase alta cada vez más exclusiva y una trabajadora pobre, sumisa y dependiente del estado, a cambio de la desaparición de las clases medias.
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