Jesuita y argentino

¡Oh, Fabio!

No había duda de que el Papa era un jesuita. Cualquiera que los haya tratado alguna vez en algún periodo de su vida sabría reconocer a kilómetros esa mezcla de soberbia y espíritu evangélico. Tampoco la había de que era argentino, no de los de Borges, sino de los de Perón. En los próximos días vamos a escuchar muchas tonterías. Habrá un intento descarado para convertir a Francisco en un líder progresista dispuesto a revolucionar la Iglesia para adaptarla a la nueva ortodoxia ideológica. No fue para tanto. Veamos. Su Santidad se convirtió en una especie de morabito al que todos querían visitar para contagiarse de su aura, empezando por destacadísimos miembros de nuestro Gobierno. También hizo algunos guiños al populismo de izquierdas y hostigó a algunos movimientos conservadores de la Iglesia como el Opus Dei (algunas veces de forma injusta y exagerada). En general, el Papa daba pellizquitos de monja muy molestos para la derecha católica, como su demagógica y oportunista petición de perdón por el papel de la iglesia en la conquista de América. De alguna manera Francisco fue el pendulazo de la iglesia tras Juan Pablo II (lo de Benedicto XVI fue un entrañable, suave e inteligente paréntesis). Precisamente, el argentino decidió atajar uno de los grandes pecados de la Iglesia a los que el polaco puso sordina: los abusos de menores, pero en ese loable proceso cometió algunos excesos que iban en contra de los derechos procesales de cualquier reo en un país civilizado. Respecto a la mujer, aunque mejoró su situación en la estructura eclesial, no dio el paso definitivo para su acceso al sacerdocio. Ni tenía la fuerza necesaria ni, probablemente, la convicción.

El Papa, por mucho que a algunos les sorprenda, no respondía al maniqueo esquema de conservadores y progresistas. Lo demuestra su posición en dos asuntos cruciales de nuestro tiempo (al menos para los católicos): la inmigración y el aborto. En ambos, estuvo donde un sucesor de Pedro tiene que estar. Y de una manera nítida. Señaló con razón que el mundo –y mucho menos los católicos– no puede contemplar indiferente esa gran tragedia humanitaria que es la inmigración. Asimismo, se opuso de frente a uno de los mitos ideológicos del progresismo: el aborto como una conquista de la liberación femenina, y reclamó el derecho a la vida de los nasciturus.

Ha muerto el Papa y eso siempre supone una conmoción en Occidente. Lo hemos visto hoy muy claramente. Europa y América siguen siendo más cristianas de lo que se dice. Atrás, Francisco deja una Iglesia Católica dividida y con un futuro incierto, pero sería injusto atribuirle toda la culpa. Descanse en paz, Santidad.

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