Ropa Vieja
Martín Lorenzo Paredes Aparicio
Jaén, también, es una ciudad de cine
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A través de mi ventana que ciertamente puede ser la tuya, al tiempo que la tarde se enhebra con la noche mediante el ocaso, acércate a mi lado y observa el viejo Jaén: no tardes.
Desde este palco privilegiado, mira igual que en una película en blanco y negro las bondades de esta ciudad donde el reino se hizo santo a la vera de la Santa Faz de Cristo.
Lo primero que ven tus ojos en este mágico visionado es la catedral donde el peregrino supo ver por primera vez la cara de Dios: templo mayor inmortalizado en verso por el poeta Bernardo López. No hay tregua, el metraje no es largo ni corto, es sencillamente bello.
La delicada calle Maestra, tan hábil como una partida de damas, te invita a profundizar en las fauces del lagarto: arco de San Lorenzo, iglesia de la Merced, iglesia de San Juan, convento de Santo Domingo, iglesia de la Magdalena…
Duérmete en las entrañas del lagarto, déjate acunar por su corazón de historia y añoranza.
Imagina esa escena tan hermosa, tan roseliana, en la plaza de tu infancia, donde la armonía de lo antiguo se mezcla con la belleza de lo nuevo.
El insomnio, siempre caprichoso, acaricia la pluma del poeta. El verso, el poema, y la fuerza de la palabra fluyen con alegría.
Hasta la luna, alidada del cronista de las pasiones, ha comenzado a crecer para ir ganando en lozanía.
Jaén es hija de la belleza. Sus calles espantan la melancolía del poeta para crear los sueños.
El trovador es un hijo legítimo de la verdad, un cronista que acerca la realidad al descreído.
El poeta es la voz callada del lagarto. El animal respira por sus versos y asume la poesía como verdad absoluta. A veces es mejor no dormir y escribir cobijado en la penumbra.
Acércate a Jaén, querido hermano andaluz, necesitamos que conozcas y trasmitas sus bondades.
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