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Ildefonso Ruiz
¿A qué esperas, Alberto?
Este artículo ha sido escrito por un ser humano. O no, quién sabe... Es más, puede que ni siquiera lo esté leyendo otra persona. A decir verdad, ya estoy acostumbrado a ese escenario, porque apenas nadie me lee. El caso es que me da exactamente igual, porque no voy a dejar de fomentar mi creatividad por mucha tecnología que quiera usurparme ese privilegio que, hasta hace pocos años, era además una característica exclusiva del Homo Sapiens.
Durante el presente 2024 venimos asistiendo a la explosión masiva de la llamada Inteligencia Artificial; y, aunque es una herramienta apasionante, está comenzando a dejar de ser eso, una simple herramienta, para ostentar el rol de sujeto, con el tremendo peligro que conlleva ese cambio de categoría. Por ahora las diferentes aplicaciones de la IA se están aprovechando sobre todo para ámbitos lúdicos y de entretenimiento, pero cada vez más se están empleando de un modo generalizado en entornos académicos, laborales y, tristemente, culturales.
En la actualidad resulta extremadamente difícil diferenciar el paisaje del trampantojo, la verdad del engaño y, lo que es peor, comenzamos a preferir la irrealidad, adictos como somos a contemplarlo todo enmarcado en una pantalla que nos satisfaga y engorde el ego.
No es ninguna profecía apocalíptica decir a estas alturas que en breve nos convertiremos en meros espectadores de nuestras propias vidas, sin mayor protagonismo que el que dicte para nosotros la IA. Tampoco es una teoría conspiranoica defender la tesis de que estamos perdiendo inteligencia como especie, así como habilidades y capacidad de concentración, sobreestimulados como estamos en un mundo de constante multitarea.
Ya nadie lee a Shakespeare, Cervantes o cualquier otro clásico, porque se es incapaz de prestar atención a nada por más de 5 minutos seguidos. Además, pronto se escribirán nuevas obras de esos escritores; tan solo será necesario alimentar a la mal llamada Inteligencia Artificial para que redacte como churros nuevas tragedias clásicas y puede que pronto sea capaz de reconstruir libros perdidos de Aristóteles, completar piezas musicales inacabadas de Mozart o cualquier otra tarea que se le proponga, hasta que llegue el día en el sea ella misma la que se proponga nuevos retos. Todo ello para nuestro gozo y, sobre todo, sin nuestra intervención, en una verdadero homenaje a la ignorancia más absoluta hacia la que dirigimos nuestros pasos. ¡Qué listos y, a la vez, qué tontos somos! Artículo creado por (poca) inteligencia humana.
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