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Ildefonso Ruiz
¿A qué esperas, Alberto?
Opinión
Aquel emigrante húngaro se acabó convirtiendo en el mayor escapista de la historia. En realidad, todo emigrante es un escapista al que le mueve el instinto de supervivencia. Se escapa de la guerra, la miseria o de una vida sin futuro. A menudo escapamos de nosotros mismos o al menos lo intentamos, y no pocas veces morimos en el intento, incapaces de desprendernos de las cadenas y grilletes que nos atenazan dentro del baúl o del tanque de agua que suponen nuestras responsabilidades. Por eso nos sorprende tanto que un truco salga bien, pues supone una victoria de la ilusión frente a la realidad.
Esta semana hemos presenciado uno de esos milagros de la naturaleza, un raro ejemplo de cómo todo es posible cuando se cree en ello y hay un público entregado dispuesto a ignorar los juegos de manos y las distracciones. Envueltos en esteladas y portando barretinas a ritmo de sardana, todo el mundo esperaba la aparición estelar del gran héroe en el exilio de la patria catalana. Y cuando digo todo el mundo me refiero a todos menos a la Policía Nacional, los Mossos d´Escuadra, la Guardia Civil, la Gendarmería francesa y el Gobierno de España, que no esperaban semejante espectáculo, pillándoles por sorpresa (nótese la ironía, que todo hay que aclararlo en este siglo de pocas luces).
Al final el espectáculo lo han dado ellos, haciendo alarde de una torpeza supina y actuando como cómplices para que el ardid saliera a las mil maravillas. El problema es justo ese porque, al mirar detenidamente la actuación, se ven los hilos de los muñecos y la bolita del trile deja de desaparecer ante nuestros ojos. Se percibe el amaño a cámara lenta y la puesta en escena resulta tan patética e impostada que parece increíble que tenga éxito. Pero lo tiene; y eso lo hace más patético si cabe, porque demuestra el grado de sugestión del auditorio y el afán de taquilla de las administraciones, dispuestas a permitir y facilitar exhibiciones que causan vergüenza ajena con tal de obtener rédito, por escaso que resulte.
Al final todos contentos. Momento de gloria para unos, investidura asegurada para otros y tema recurrente para los demás. Y así sumamos otro triste episodio en este Win-Win en el que se ha convertido la política en este país, donde pase lo que pase siempre se obtienen beneficios, votos y feligreses afines a la causa, sea cual sea. Supongo que durante algunos días, en Moncloa, habrá dos cosas en el desayuno: Dua Lipa y pa amb tomaca.
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