Hombres

VERICUETOS

02 de noviembre 2024 - 08:00

No me siento un hombre. Nada me vincula al resto de mi género más allá de mi sexo. No tengo nada que ver con ellos. Es más, no quiero tenerlo… Tengo mis propias inquietudes, aficiones, principios y defectos, sin necesidad de sentirme identificado con un grupo tan amplio como indeterminado.

Siempre he huido de las generalizaciones en mi forma de ver y entender el mundo, así como en mi labor profesional, enmarcada durante años en el Tercer Sector. Ayudar a personas etiquetadas me ha hecho recelar de esas mismas etiquetas por lo injusto del término y por lo limitado de su campo de intervención. Inmigrantes, personas discapacitadas, paradas de larga duración, minorías étnicas, víctimas… Todo un abanico de denominaciones y compartimentos con la misión de clasificar seres humanos como si fueran objetos, con el pretexto de ofrecerles una mejor cobertura social y garantizar una discriminación positiva en términos de equidad para superar su vulnerabilidad y exclusión.

Lamentablemente, esas reservas humanas también traen asociados gravísimos prejuicios que acaban convirtiéndolas en guetos por parte de los sectores más reaccionarios de nuestra sociedad. Unos sectores que no conocen de clases, puesto que se dan incluso en colectivos con un nivel cultural elevado. Paradojas de nuestra razón civilizada.

Esta circunstancia me ha hecho reflexionar a menudo sobre los peligros de esa forma de proceder, pero más si cabe tras el caso Errejón. Justo en este renglón del artículo sigo sin sentirme un hombre. Nada me vincula con ese sujeto. Nada más allá de mi condición natural me puede llegar a unir con un acosador, agresor o violador… En cambio, he tenido que escuchar de forma recurrente que mis hijos, por el mero hecho de haber nacido varones, son potenciales maltratadores, en una versión renovada del pecado original. Ese discurso es igual de perverso que el que considera a cualquier inmigrante como un potencial delincuente, en un ejercicio de latencias sentenciadas por los nuevos Santos Oficios y arder de hogueras mediáticas.

Siempre hay que estar al lado de las víctimas y de la justicia, pero ello no puede desembocar en la criminalización arbitraria de todo un grupo por el delito de unos pocos, máxime cuando ese grupo solo tiene como nexo común un motivo de nacimiento. No sentirme un hombre no me resta hombría, porque el primer paso para erradicar el machismo es justo no sentirse un hombre, sino sentirse hombre; a secas, sin artículo. No formar parte de ningún rebaño, pero tampoco permitirlo. Ya pueden ustedes catalogarme como estimen oportuno... 

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