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Creo que mi memoria a veces inventa recuerdos. Tengo el de un librito blanco con una paloma dibujada en la portada, que estudiábamos en 3º o 4º de EGB, y que era una antología poética de temática sanluqueña. No sé cuáles de estas características son una recreación y cuáles son fieles a la realidad, pero de lo que no tengo ninguna duda es de que contenía el primer poema que aprendí. Era de Manuel Machado y empezaba con “La manzanilla es mi vino porque es alegre y es buena” y terminaba con “El color que da Sanlúcar a la bandera de España”. Despertó en mí el interés y el gusto por el género lírico, dentro de las propias limitaciones de mi intelecto, que me dejan en mera aficionada.
Primero fue Manuel y luego llegaron otros: Calderón, Pedro Salinas, Luis Rosales, Federico, mi paisano Fernando Romero Barrero, Rafael de León, Fernando Villalón, José Carlos de Luna, José María Pemán, los Álvarez Quintero… y Antonio Machado.
Fue a una edad bastante adulta cuando empecé a disfrutar de la profunda sensibilidad y maestría del otro hermano, y también gracias a una composición dedicada a mi pueblo, Hacia tierra baja (V parte): “A la vera de la mar,/ dos palabritas a solas/ contigo tengo que hablar”.
Por la dicotomía impuesta de que Manuel era más nuestro y Antonio más lejano, tardé en darme cuenta de la verdadera dimensión de ambos.
Los Machado. Retrato de familia es el nombre de la muestra que se puede visitar en la recién remozada Real Fábrica de Artillería y que da la mejor cara de Sevilla. Es la imagen que merece la pena proyectar y de la que es legítimo sentirse orgulloso. Usando una expresión de mi admirado Enrique García-Máiquez, los Machado son la verdadera hidalguía de esta tierra.
El mismo día en que el Rey inauguraba la exposición estaba yo llegando a Soria, donde tanto quieren al menor de los hermanos. Tanto, que los sorianos lo consideran suyo. Pero es nuestro.
Reconozco que he quedado prendada de la única provincia castellana que me faltaba por conocer. Aldehuela de Periáñez, Aldealseñor, Almajano, Los Villares de Soria, Cirujales del Río y Derroñadas han sido los pueblos que en esta ocasión he visitado. Pequeños, algunos con no más de 20 habitantes, pero hermosos y remozados. Ellos no son la España vaciada, son la España cuidada. En sus paisajes, el horizonte tiene una profundidad que no recuerdo haber visto antes. (Siento regocijo cuando soy capaz de apreciar esos detalles, aunque sea en viajes de trabajo). Yo, tan barroca, he valorado mucho Soria, tan sobria. Usaré las palabras que pronunció el genio cuando fue nombrado hijo adoptivo de la ciudad: “Soria es, acaso, lo más espiritual de la espiritual Castilla, espíritu a su vez, de España entera. Nada hay en ella que asombre o que brille y truene. Todo es sencillo, modesto, llano. […]. Le debo a Soria el haber aprendido en ella a sentir Castilla, que es la manera directa de sentir a España”.
Vayan a la exposición, por favor.
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