
Las dos orillas
José Joaquín León
Vaticanistas
La ciudad y los días
Alos más viejos del lugar nos ha traído recuerdos de otras pintadas y protestas la fantochada de los falangistas fotografiándose ante el Palacio Arzobispal de Sevilla con unas pancartas en las que se escribía “Traidores”, “El Valle no se toca”, “La curia eclesiástica vendida al diablo por 30 monedas, vuestra traición no se olvidará”, en protesta por el proceso de diálogo entre los obispos españoles y el Gobierno para la resignificación del Valle de Cuelgamuros, antes de los Caídos.
La ruptura de la Iglesia con la dictadura se inició con la ponencia La España de hoy, presentada en la Asamblea Conjunta de Obispos y Sacerdotes de septiembre de 1971, en la que se decía: “Reconocemos humildemente y pedimos perdón porque nosotros no supimos ser a su tiempo verdaderos ministros de reconciliación en el seno de nuestro pueblo dividido por una guerra entre hermanos”. Era vicepresidente de la Conferencia Episcopal el cardenal Tarancón, un año más tarde elegido para presidirla. Él fue la víctima más señalada de la ira del Gobierno, los falangistas y los Guerrilleros de Cristo Rey. “Tarancón al paredón” se convirtió en un lema que se repitió en el tardofranquismo y en los primeros meses de la Transición. Se coreaba en las manifestaciones ultras y se escribía en los muros de las iglesias. En Sevilla se escribió, en una pintada hecha con grandes caracteres, en el muro de San Buenaventura.
Pero hubo protestas y pintadas muy anteriores que recuerdan más a la foto de los falangistas. La declarada animadversión del cardenal Segura a Franco y la Falange llenó más de una vez de pintadas el Palacio Arzobispal. Las últimas, que duraron medio borradas hasta principios de los años 90, fueron unas hechas con plantilla que repetían Franco seis veces, tres a cada lado de la puerta, como si fueran aclamaciones. Las ideas del ultramontano Segura no eran precisamente las de Tarancón, pero en su oposición a Franco fue más ruidoso por su montaraz carácter. Un curioso caso de antifranquismo y antifalangismo integrista monárquico-teocrático que le llevó a prohibir que la cruz de los caídos se pusiera en los muros de la Catedral, que Franco entrara bajo palio en ella, destituyendo al vicario que lo había permitido, o que se permitía decir en una homilía que los caudillos eran jefes de bandas de forajidos. Tantos años después, ¡qué antiguo se ve este regreso de las protestas falangistas al Palacio Arzobispal!
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