Las dos orillas
José Joaquín León
Plataforma para las sillas
Con lo que dicen que le gusta el baloncesto, el presidente del Gobierno se perdió ayer el España-Grecia de los Juegos. ¡Está hermosa La Moncloa! El juez Peinado repetiría las palabras de Luces de bohemia cuando Valle-Inclán describe “el único rincón francés en este páramo madrileño”. El resto de las cadenas conectaban con la sede de la Presidencia del Gobierno a la que un día acudían empresarios expertos en sostenibilidad y captación de fondos y otro el mismísimo rector de la Universidad Complutense. Si su marido figura en un Diccionario de Plagiarios (obra primorosa de Ricardo Álamo), la esposa del presidente tiene un prístino espejo en el que mirarse para que le concedan una cátedra sin tener una licencia universitaria. Como el maestro Piñones, que enseñaba y no sabía lecciones. Al descanso, 49-35, le soplará alguien al presidente.
Es un escándalo, pero no es delito. Es una vergüenza, pero no es punible. Causa bochorno, pero no veremos a Begoña Gómez con su cabeza en las manos como a María Antonieta en la Comedia Bufa de la ceremonia inaugural de los Juegos. La guillotina mediática tenía forma de bosque de cámaras de televisión en los alrededores de La Moncloa. Al revés de aquel alegato antifranquista de José María Valverde, habría que proclamar que nulla etica sine estética. Es tan cutre la cosa, tan banal, tan chapucera, que su feísmo arrastra los principios más elementales de la ética y hasta de la inocencia. Esta señora es una iconoclasta de las buenas maneras que ha convertido el Palacio de La Moncloa en un sucedáneo del camarote de los hermanos Marx. Podía esperarse a que su esposo dejase el cargo que ocupa, pero eso sería lo último. Es el acróbata que se mantiene perdiendo una tras otra todas las elecciones y, sin embargo, como la catedrática sin licencia ni licenciatura, se encarama al poder con alianzas contra natura. Los nacionalismos son al poder central lo que los matrimonios dinásticos eran a las monarquías europeas. Llegó Peinado y, sin despeinarse, el presidente, que no quería ir por lana y salir trasquilado, fue a por atún y a ver al duque.
Seguía el duelo de gigantes en París y se mantenía el suspense en el rincón francés del páramo madrileño. La primera medalla española la ha ganado un judoka de Móstoles. Justicia poética contra la grandeur, mon petit. Begoña es una sinécdoque de España; por su honor y reputación, su esposo retiró a la embajadora en Argentina. En el loable empeño de la captación de fondos, la primera dama ha perdido las formas. Será por la sostenibilidad, pero es insostenible. Hace dos años, cuando Sánchez anunció que por compromiso con el cambio climático dejaría de usar la corbata (allá fueron tras él los descorbatados, émulos de los descamisados de Evita Perón), un periódico italiano tituló: “En España la cosa es grave, pero no es seria”. No sé si lo de Begoña Gómez es grave, pero no es serio. Cate es apócope de cátedra. España gana 55-45 a Grecia y en subtítulos, como las películas de arte y ensayo, aparece que Sánchez se acoge a su derecho a no declarar. Carta habemus en lontananza. Un camión de Mercadona pasa junto a las cámaras que rodean la Moncloa como artillería audiovisual. Y dos huevos duros. El Greco contra Velázquez. Al final ganó España. En baloncesto.
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