La herencia de?tío John H. Elliott

¡Oh, Fabio!

10 de diciembre 2024 - 03:08

La figura del indiano ha quedado en nuestro subconsciente colectivo en forma de una fantasía, la de la herencia del tío americano, algo así como el sueño de la lotería, de raigambre napolitana, pero con adornos coloniales y de ultramar. Por desgracia, como la inmensa mayoría de los humanos, nunca he heredado a un desconocido pariente de allende los mares, pero sí puedo presumir en el bar de la esquina de ser legatario de sir John H. Elliott, un chico nacido en el sudeste inglés que se convirtió en uno de los historiadores europeos más importantes de las últimas décadas. Y lo soy, como todos los empadronados en esta ciudad, gracias a su decisión de donar a Sevilla una bonita y curiosa vista anónima del siglo XVIII de la Alameda. Abro un paréntesis de pejiguera: este cuadro no puede titularse Vista de la Alameda de Hércules –como se viene diciendo– por la sencilla razón de que el gran paseo sevillano no se denominó así hasta 1845. Sus nombres anteriores fueron La Laguna, La Laguna de Feria (ambos antes del proyecto del Conde de Barajas de 1574), Alameda (que en este caso es el que procede) y Alameda Vieja. Cierro el paréntesis.

La herencia de tío sir John H. Elliott (podemos permitirnos esta confianza con quien tanto quiso a Sevilla y a España en general) es el emocionante ejemplo de amor a la ciudad de una persona sonriente y extremadamente amable en el trato, como pude comprobar en una ocasión en la que le atraqué a punta de grabadora para hacerle una entrevista minutos antes de ser nombrado doctor honoris causa por la Hispalense.

Pero contaríamos mal esta historia de herencias inesperadas si no reconociéramos la intervención en la misma del incombustible, brillante y siempre sorprendente Benito Navarrete, hoy catedrático de Historia del Arte en la Complutense, después de que hace ya décadas su universidad madre se permitiese el lujo de prescindir de sus servicios. Fue Navarrete a quien Elliott eligió como el encargado de decidir en qué institución sevillana debía recalar su Vista de la Alameda, que viene a completar la iconografía que conocemos de un espacio que ha experimentado diversas mutaciones a lo largo de la historia, desde un gran charco periférico infecto de perros muertos y habitado por cañavereros y vendedores de salazones, hasta el bullicioso lugar de ocio que es hoy. La elección final fue el Museo de Bellas Artes, en su viejo convento de la Merced. Vista de la Alameda de Hércules no es ningún murillo, pero sí tiene el don de la gracia y nos ayuda a visualizar el que fue el gran paseo aristocrático de Sevilla en el Ancien Régime. Sobre todo, quedará como recuerdo en la ciudad del gran biógrafo del Conde Duque.

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