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Afirmó el cura Javierre en su pregón, allá por 1993: “Sevilla tiene abierta la pregunta esencial: si existe o no en la vida y en la muerte un contacto amistoso, cercano, entre nosotros y el ámbito misterioso de la fe. Este interrogante os traigo a las puertas de nuestra Semana Santa. Jamás comprenderán Sevilla quienes se detengan sólo en las celebraciones externas de nuestro culto semanasantero. Aquí ocurren cosas muy serias. Ni milagrerías ni superstición. Las imágenes sagradas de nuestras Hermandades elevan nuestra persona al plano superior, más allá de nuestra realidad temporal”.
Cuarenta y nueve años antes, Romero Murube se preguntaba en su pregón de dónde nace este sentido cristianísimo, sin violencia, de la muerte que tienen muchos sevillanos. Y respondía: “De la Semana Santa. La Semana Santa es el problema de Dios, el problema de la muerte. Porque los sevillanos hacen su Semana Santa como la hacen y practican, es por lo que tienen este sentido dulce, amable y confidencial de la muerte. La Semana Santa del auténtico sevillano, que no son los siete días de la Semana Mayor, sino que dura todo el año. Esto es lo que ignoran los de fuera. Que el sevillano de verdad, el cofrade de corazón, vive en clima de Semana Santa todo el año, toda la vida… Esto es ya algo más que Semana Santa… Sólo a un pueblo en el mundo –al sevillano– le está concedido el gozar del cielo durante siete días de cada año, antes de morirse. Y por eso los que han visto la Semana Santa de Sevilla muchas veces, aunque no sean de aquí, pierden también un poco el miedo a la muerte. Porque ya han visto a Dios con sus ojos...”.
Ni Javierre ni Romero Murube se referían solo a los cofrades, también a los devotos como el viejo sindicalista que al sentirse morir le encargó al cura Javierre que saldara con el Gran Poder, cuya estampa le había acompañado en el exilio y la cárcel, la deuda de una oración prometida; o como Frasquita, la vieja mujer del sacristán de San Hermenegildo amiga de Joaquín, cuyo buen carácter ensanchado e iluminado por la devoción le había dado ese don “de la jovialidad, de la sana alegría” que es la prenda de tantos viejos devotos que saben lo que les espera “porque ya han visto a Dios con sus ojos”. Y tan cerca como desde esta medianoche hasta el Martes Santo se verá en San Lorenzo, cuando el Señor de Gran Poder bendiga esta tierra nuestra, Sevilla, pisándola.
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