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Ildefonso Ruiz
¿A qué esperas, Alberto?
Pánico. Es esa la emoción más humana que se siente ante una amenaza incontrolable e inevitable. Ya sea una guerra, una agresión, un estado de tensión insoportable o cualquier factor externo que nos atenace, el pánico es un mecanismo de defensa de nuestro organismo para negar lo que estemos presenciando y despertar de la pesadilla.
Es común esa emoción en los protagonistas de películas de terror, donde un monstruo, un asesino o un muerto redivivo y putrefacto les persigue con intenciones poco amistosas. Igualmente produce esa emoción enfrentarse a una ingente cantidad de zombis hambrientos de cerebros asaltando fronteras, murallas y barricadas sin nada que les detenga. ¿Cómo no va a ser humano sentir pavor y escalofríos ante semejante visión y ante una más que previsible muerte agónica y dolorosa?
Esto mismo está sucediendo este verano en Canarias, Ceuta y Melilla, donde inmigrantes descontrolados avanzan en marea hacia nuestro civilizado suelo patrio, poniendo en peligro los pilares democráticos sobre los que se asienta nuestro estado de bienestar... Llegados a este punto habrá un perfil de lector que se sentirá identificado con mis palabras y otro tipo que estará asqueado con la vergonzosa comparativa que acabo de realizar en estos primeros párrafos. Porque es justo eso, vergonzosa...
Resulta que a lo largo de toda la historia de la humanidad siempre ha habido crisis migratorias, donde personas sin recursos buscan empezar de cero una nueva vida. ¡La de andaluces que empezaron de cero a bordo de tres simples carabelas/pateras! Y es muy normal que esas migraciones masivas coincidan con tiempos de clima favorable. Podemos criticar la gestión, la falta de instrumentos y la nula previsión para acoger dignamente a quienes optan por jugarse la vida para mejorarla, pero jamás podemos convertirles en monstruos, asesinos o delincuentes por el mero hecho de que haya partes interesadas en el conflicto constante, el odio racial y la exacerbación del pánico como emoción primaria sobre la que basar sus argumentos incendiarios.
Debería caérseles la cara de vergüenza si ustedes empezaron a leer este breve artículo y se sintieron identificados con la comparativa entre inmigración y pánico. Por fortuna, vivimos en un Estado de Derecho donde son precisamente sus prejuicios los que no tienen cabida. Háganselo mirar, no vaya a ser que pierdan la poca humanidad que les quede en las venas...
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