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En el informativo matinal que presentan Silvia Intxaurrondo y Marc Sala, hace unos días conectaban con la quinta edición del Foro Económico Wake Up, Spain que inauguraba el rey Felipe. Una joven colaboradora del programa señalaba a bote pronto que le había sorprendido que el monarca citara a Stefan Zweig, “un referente de la izquierda”, en palabras de la susodicha. Tuve curiosidad por la cita y encontré estas palabras del jefe del Estado: “No podemos permitir que cunda la impresión de que el mundo del derecho, reflejo de nuestros principios y valores, sea el mundo de ayer”.
Más que frasear a Zweig, lo estaba parafraseando, un guiño a El mundo de ayer, un libro imprescindible que el autor vienés subtituló Memorias de un europeo. A la colaboradora de la Uno, que en estos campos catódicos de Atila más bien parece la Huno, no le haría falta leerse las 546 páginas de ese testamento intelectual que en España editó Acantilado. Basta con llegar a la página 13 para descubrir el acierto del Rey en su alusión subliminal y el error de la tertuliana en su exégesis izquierdista.
“Por mi vida han galopado todos los corceles amarillentos del Apocalipsis”, escribe Stefan Zweig (Viena, 1881-Petrópolis, Brasil, 1942), “la revolución y el hambre, la inflación y el terror, las epidemias y la emigración; he visto nacer y expandirse ante mis propios ojos las grandes ideologías de masas: el fascismo en Italia, el nacionalsocialismo en Alemania, el bolchevismo en Rusia y, sobre todo, la peor de todas las pestes: el nacionalismo, que envenena la flor de nuestra cultura europea”.
¿Un referente de la izquierda? Más bien del ser humano. En esas más de quinientas páginas sólo hay dos referencias a España: el movimiento de tropas que ve en el puerto de Vigo desde el barco que le lleva hasta Brasil, donde junto a su mujer se quitará la vida; y la visita que hizo con Salvador Dalí a la casa londinense de un ya moribundo y crepuscular Sigmund Freud, su paisano y padre del psicoanálisis.
La peste nacionalista, por usar sus palabras, es una pandemia imparable en puertas del segundo cuarto del siglo XXI. Donald Trump dice Europa nos roba con la misma vehemencia con la que Puigdemont proclama España nos roba. Pero mientras el primero se convierte en una suerte de Leviatán que hace de nuestro presidente un clon de Robin Hood comunitario al tiempo que viaja a China, donde ha ido más veces que a Paiporta como dice Ignacio Camacho, el segundo es el socio preferente, el comodín del público cada vez que le restan recursos para seguir con la agonizante legislatura y el presupuesto menguante. El enemigo americano, parafraseando el mundo de Ripley de Patricia Higsmith, y el amigo independentista. Los discursos de Trump y Puigdemont son intercambiables. Pero aquí practicamos continuamente la parábola de la mota en el ojo ajeno y la viga en el propio.
Groenlandia nos roba. Es lo único que nos falta por oír en estos dos sátrapas del Partido… Republicano. Uno en el resort de Waterloo, el otro en el mercadillo de los aranceles como un crupier en el tablero del mundo. O un torero al otro lado del telón de acero.
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