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José Francisco Serrano Oceja, maestro del periodismo religioso, una de las personas más y mejor informadas sobre la Iglesia española, publicó hace unos meses una obra imprescindible: Iglesia y poder en España. Del Vaticano II a nuestros días. Ahí muestra cómo el gran caballo de batalla en las relaciones entre el régimen de Franco y la Iglesia fue la elección de los obispos, ya que el Jefe del Estado, por concesión de Pío XII, poseyó el exorbitante derecho llamado de presentación, derivado del antiguo patronato regio, un privilegio concedido a los monarcas españoles desde la época de los Reyes Católicos.
Puede decirse, pues, que hasta la Transición no gozó la Iglesia de plena libertad para los nombramientos episcopales y, de hecho, por derivación, de todos los eclesiásticos. Desde entonces, los católicos españoles nos hemos ahorrado el espectáculo de la intervención política, siempre abusiva y limitadora de la libertad de la Iglesia, en la designación de las dignidades eclesiásticas. Hasta hoy.
Ciertamente, como ha escrito José Javier Esparza, en el Valle de los Caídos está en juego “una cierta idea de España”, pero también hay que añadir una concretísima idea de la Iglesia y de su relación con el poder político. Lo que sabemos, porque de ello se ha jactado sin pudor el Gobierno, es que ha impuesto la destitución del prior, padre Cantera, al que además se desterrará de la Abadía junto con el que fue último abad mitrado, padre Anselmo Álvarez, anciano de más de noventa años. Se descabeza así intelectual y moralmente a una comunidad cercada y amenazada, y se retrocede más de 50 años en la libertad adquirida por la Iglesia. ¿Sobre qué clérigo o religioso caerá la siguiente condena política o masónica? El precedente ya está servido y probados los mecanismos. Mas ¿por qué la Iglesia tiene que plegarse a las ansias de venganza de un Gobierno tiránico? Lo cierto es que sus pastores la han puesto en manos de quienes solo buscan su daño, de quienes con gusto dinamitarían la Cruz y arrasarían la Abadía, en la que se les introduce para profanarla con un programa incompatible con el carácter cristiano y sagrado del recinto. Y tal vez lo peor, bajo insistentes rumores de intolerable chantaje económico y hasta judicial. Hay que remontarse muy atrás para contemplar un tal sometimiento en perjuicio de la libertad, la paz y la dignidad de la Iglesia española. ¡Qué espantoso declive!
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