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Viva Franco (Battiato)
Los tres días de luto por el papa Francisco discurren aquí entre el chirrido ya conocido de todos los años. La cera de la Semana Santa en las calles hace que chirríen las ruedas cuando los coches maniobran al aparcar o cuando dan una curva estrecha y pronunciada. Las suelas de calzado de tipo casual también chirrían como si el suelo estuviera cubierto por un inmenso chicle peguntoso y derretido bajo el sol. Este sonido tan lastimero nos resulta ya familiar. Tras el vacío existencial del Sábado Santo, llega la Pascua y el latinazgo obliga. Tempus fugit.
Reconocemos que otro año ha pasado cuando escuchamos de nuevo el chirrido de la cera bajo los pies o en ese coche que parece derrapar como en las películas setenteras de Harry el Sucio. Tardan dos o tres días en quitar la cera caída los operarios municipales, mientras los recuerdos de la Semana Santa van formando también su propia costra en la memoria fugaz. Cierto es que uno busca el esnobismo del silencio como cura para tiempos hostiles (Pablo d’Ors publica ahora Devoción, siguiente paso meditativo tras Biografía del silencio). Pero son los sonidos, con sus escalas y registros, los que nos incardinan en el tiempo que pasa. De ahí el chirrido de marras y lo que tiene de acontecimiento sonoro año tras año.
Los obituarios por el llamado Papa de la periferia se mezclan ahora en clave local con los balances que se hacen de otra Semana Santa hecha para el consumo y la nueva fealdad (ya saben: público ineducado, cultura estática, aforamientos marciales, marchas efectistas, etcétera). Pero no hay tiempo siquiera para el lamento. Lamentarse da pereza y ni siquiera nos lleva a la melancolía.
El sábado se celebrarán en Roma las exequias por Francisco. Pero aquí viviremos otra liturgia con otros peregrinos. Este mismo sábado tendrá lugar en Sevilla la final de la Copa del Rey entre madridistas y blaugranas. Para la ocasión se estrenará el llamado balón Victoria, el esférico de diseño más horrible hasta ahora conocido. Aunque la Semana Santa haya acabado, muchos sacaremos a la calle la Cofradía del Odio Eterno al Fútbol Moderno. No crean que somos pocos los hermanos de esta otra hermandad de haters.
Se dice que para la final en los hoteles se ha llegado al “lleno técnico”. Tendremos que estar contentos también en un sentido técnico, mientras celebramos que la ciudad hace negocio con su degradación. Se alcanzará otro pico de terrazas y veladores llenos a rebosar. Pero apenas nadie se acordará del Papa más futbolero que haya existido jamás. Bergoglio, como buen argentino, tenía nombre de mediocentro canchero.
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