¡Franco y olé con olé!

La Barqueta

03 de enero 2025 - 03:09

Ahora que Sánchez va a desenterrar de nuevo a Franco para mantenerse en el poder y que se hable poco de la ciénaga en la que chapotean él, parte de su familia y algunos ministros, estaría bien que los que se consideren libres escribieran sobre el flamenco en el franquismo. Empezaré yo, que no tengo una familia que dependa de mi cartera. Ya sabemos que con los socialistas, el que se mueve no sale en la foto. Al dictador le gustaba el cante flamenco y, digámoslo ya, durante los cuarenta años que estuvo mandando en España se hicieron muchas cosas importantes en favor de este arte. Casi todo. Sobre todo se buscó una nueva estética, la que salía del pueblo, una vez que la Ópera Flamenca se quemó tras unas décadas prodigiosas. En los años cincuenta empezó todo a cambiar con la creación de los concursos nacionales, la aparición de los primeros festivales de verano en los pueblos, las peñas flamencas y el acercamiento de nuestro arte a la Universidad. El libro Flamencología, del argentino Anselmo González-Climent, el Concurso Nacional de Córdoba y el monográfico de La Unión, así como el interés de los intelectuales por lo jondo, es lo mejor que le pasó al arte andaluz en el siglo XX.

Mediante una componenda en Córdoba, en 1962, se le otorgó la Llave del Cante al sevillano Antonio Mairena, que ya preparaba con el poeta y escritor pontanés Ricardo Molina el polémico libro Mundo y formas del cante flamenco, puesto en las librerías en 1963. Nace, pues, el mairenismo, que abriría una nueva etapa del flamenco tras la vuelta del clasicismo. ¿Alguien ha reflexionado alguna vez sobre todo lo que se hizo por nuestro arte en los cuarenta años de franquismo? En todos los campos: propuestas escénicas, discografía, proyección internacional, dignificación definitiva del género, grandes tablaos para el turismo nacional e internacional y el acercamiento a la intelectualidad de esas cuatro décadas. Hasta la Unesco se ocupó por primera vez de la flamencología, décadas antes de que le pidiéramos, ya en democracia, que declarara el viejo arte del sur Bien de Interés Cultural Inmaterial de la Humanidad. Franco nunca fue contra el flamenco y los flamencos, como alguna vez ha dicho la intelectualidad progre. Que Fraga le quitara el pasaporte al morisco Manuel Gerena, el cantaor antifranquista, para no tener un mártir más de la dictadura en Francia, no quiere decir que el Régimen intentara acabar con lo jondo, sino al contrario: Manuel Fraga Iribarne promovió como ministro de Información y Turismo que hubiera un mercado para los artistas flamencos en el mundo. A ver ese congreso, queridos flamencólogos. Por derecho, sería de traca.

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