Juan Ruesga Navarro

El final de la inocencia

Fragmentos

El apagón general del lunes pasado supone el final de la inocencia de este mundo de progreso constante y de continua demanda de energía. Esta sociedad, y por tanto nuestra manera de vivir, es vulnerable y el principal talón de Aquiles sin duda es la energía. Lo sucedido ha supuesto el despertar de la ensoñación propia de adolescentes que piensan que son inmortales y que así será siempre. Todos hemos pasado por ese momento en nuestra vida y sabemos que es el paso definitivo a la madurez. Perder la inocencia es tomar conciencia sobre los problemas y realidades de la sociedad hacia una manera más compleja de ver las cosas. La llegada a un mundo en el que predominan los grises y en el que hay sufrimiento y maldad. Pero no por eso hay que renunciar a nuestros ideales como individuos y sociedad y afrontarlos con mayor fortaleza, precisamente porque comprendemos mejor la realidad.

El progreso de la humanidad, como búsqueda constante de mejora, está asociado desde el descubrimiento del fuego a la técnica y la energía. No en vano uno de los mitos de nuestra cultura occidental y mediterránea es el castigo de los dioses a Prometeo por robar el fuego y entregarlo a los humanos, proporcionando una herramienta de supervivencia, de conocimiento y civilización. Quien tiene la energía tiene el poder y los dioses del Olimpo lo sabían. La búsqueda y el aprovechamiento de nuevas fuentes de energía ha sido motor de progreso, con sus propios desafíos y consecuencias. Desde la caldera de vapor todo se acelera hasta la generalización de la electricidad, cuya demanda ha aumentado sin cesar en los tiempos del microchip e internet, pero que no deja de ser un juego de niños si se compara con la demanda inmediata y futura de energía que necesita la inteligencia artificial, tanto para el procesamiento como para el enfriamiento de los miles de servidores necesarios. Y por su uso generalizado, que aumenta sin cesar.

El apagón sufrido es de gravedad extrema. No lo olvidemos. Y eso que tuvimos mucha suerte. Sucedió a las doce de la mañana de un luminoso día de primavera. Con horas por delante para resolver hasta que llegara la noche y con los pantanos llenos de agua por las pasadas lluvias. Y tengo que decir que me sorprendió que en unas horas se normalizara la situación de suministro de electricidad, porque no debe ser fácil. He hablado con personas que han dedicado toda una vida a la generación de energía eléctrica y me dicen que la estabilidad del sistema se basa en que al menos un 20% de la energía que se consume en un momento, sea generada por centrales estables y regulables (hidroeléctricas, ciclo combinado, nucleares, etcétera). Y que el futuro de las energías renovables, hidrógeno verde y otras que vendrán, no serán una garantía total para el sistema hasta que se hayan perfeccionado los métodos de almacenamiento, que hoy por hoy, son muy costosos todavía. Este mundo no se puede desenchufar. Pero hay que conseguir que sea estable. Avisados estamos.

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