
En tránsito
Eduardo Jordá
Inocencia
Vericuetos
Algunos inviernos, sobre todo los más lluviosos, me han salido humedades en las paredes. En verdad es un asco; vivo en una zona donde el desnivel de las calles hace que existan filtraciones y, de no estar atento, puede acumularse moho en las esquinas y detrás de los muebles. Para evitarlo, suelo abrir las ventanas haciendo que corra aire fresco por la casa, pero eso no evita que el yeso siga rezumando agua, bofando la pintura y cambiándome el carácter por el dinero y el trabajo que me costará arreglar los daños.
No obstante, por lo que veo en las noticias, este tipo de desperfectos estructurales también suceden en la judicatura española y entonces me quedo más tranquilo. Si a diario se producen filtraciones de información en todo tipo de causas judiciales, con el consecuente perjuicio a las personas afectadas antes de un dictamen en su contra, ¿voy a quejarme yo por unas simples manchas en el tabique?
El artículo 14 de nuestra Constitución nos hace a los españoles iguales ante la ley y el artículo 18 nos garantiza el derecho al honor. Entonces, ¿dónde quedan estos nobles propósitos, dónde yacen estos derechos, cuando priman los juicios mediáticos sobre las sentencias firmes? Lo venimos presenciando desde hace décadas pero en la actualidad el alcance se incrementa exponencialmente por la inmediatez y la infinidad de canales a la hora de difundir las primicias. Ahora las vistas se retransmiten públicamente en tiempo real y todo se sabe en la calle antes casi que en el juzgado. Los chivatazos siempre han existido, ya sea para avisar de inspecciones o para preparar fugas; y siempre han surgido desde el mismo poder que pretende aplicar justicia… Pero últimamente es tal la desvergüenza a la hora de airear asuntos que deberían ser confidenciales que los únicos objetos de ello no son otros sino el escarnio y la calumnia que, una vez hacen acto de presencia, jamás perdonan ni al que lo sufre ni a su entorno más cercano. Vidas tendidas ante los ojos de todo el patio; intimidades en boca de toda la vecindad…
Opinamos sin filtro alguno sobre la vida de los demás. Nos sentimos con el asqueroso privilegio que otorga la envidia; ese que nos permite desearle el mal a otros creyendo que así nos sentiremos mejor. Nos atrae el chisme como alimento de nuestra bajeza moral; y, si por un momento caemos en la cuenta de ella, porque bien sabe usted que nos damos perfecta cuenta cuando somos injustos, nos retractamos al instante para restarle importancia a nuestras palabras y actos en nombre de la broma y el pasatiempo más inofensivo. Antes la prensa rosa oficiaba como vestal en el templo del cotilleo. Para los estómagos más duros aún quedaba la crónica de sucesos… Pero todo ha cambiado a peor y la nueva sacerdotisa de la mediocridad es la judicialización de la política. Declaraciones de supuestas víctimas y verdugos mostradas con sadismo, con pelos y señales, con luz y taquígrafos, lanzadas como carnaza a las fauces de quienes no conocen otra presunción que la de la culpabilidad ajena. Se acabó la edad de la inocencia en este país de marujos y marujas, de cobardes anónimos virtuales, de jueces que en lugar de juzgar prejuzgan, de fiscales generales que al parecer revelan secretos y eliminan pruebas... Todo ello en un Estado social y democrático de Derecho, tan torcido que no hay quien se sienta libre de recibir la primera piedra, porque al fin y al cabo todos hemos lanzado ya la nuestra en alguna que otra ocasión…
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