
Ropa Vieja
Martín Lorenzo Paredes Aparicio
En el tajo
Alto y claro
Cada vez que Felipe González habla algo se revuelve en las entrañas del PSOE. Y como goza de una excelente salud y una meridiana claridad de ideas que le hacen decir lo que piensa un día sí y otro también, esa revolución es un estado casi permanente entre los socialistas. Lo es aunque tienen la encomienda expresa de ignorar al viejo líder. Alguna vez ese enfado manifiesto se deja traslucir en declaraciones más o menos salidas de tono, sobre todo de miembros de la vieja guardia. El último ha sido Rafael Escuredo, segundo presidente de la Junta de Andalucía y ahora aspirante frustrado a vicepadre de la Patria Andaluza o algo así. Escuredo se ha revestido de Emérito y le ha lanzado a Felipe un ¿por qué no te callas? Al viejo presidente del Gobierno no se le había ocurrido otra cosa que cuestionar que la María Jesús Montero que tiene la llave de la caja de los dineros del Estado y es la encargada de repartirlos sea la misma María Jesús Montero que ya está haciendo campaña electoral en Andalucía. Con ello González no hacía otra cosa que evidenciar una contradicción que ya está empezando a chirriar a cuenta de la deuda y que saltará todavía más cuando se ponga en primer plano la financiación especial para Cataluña.
Pero más allá de los motivos concretos con los que con tanta frecuencia Felipe González entra en contradicción con el que todavía es su partido, parece oportuno preguntarse si ha cambiado más él o el PSOE. La respuesta no es fácil. Pero creo que es algo más que una evidencia que si el Felipe de ahora no es exactamente el mismo de hace diez, veinte o treinta años, quien ha pegado un giro monumental ha sido el socialismo español. O mejor, quien de verdad ha pegado un volantazo en los últimos años ha sido el liderazgo del PSOE encarnado por Pedro Sánchez.
En ese cambio el PSOE ha pasado de ser un partido de principios sólidamente anclados en la mejor tradición de la socialdemocracia europea a una formación posibilista a la que le vale todo con tal de mantenerse en el poder el mayor tiempo posible. Un posibilismo que hace que se pueda defender, de un día para otro, una cosa y la contraria sin que se mueva un músculo de la cara. La estrategia da sus frutos: Sánchez suma ya casi siete años en la Moncloa y todo indica que agotará la legislatura sin demasiados problemas.
Otra cosa es la coherencia. Eso, a estas alturas, es pedir un imposible. Y ahí es donde aparece González convertido en la voz de la conciencia en forma de fantasma que vuelve del pasado. Y lo seguirá haciendo porque su papel de referente le acompañará mientras viva, aunque otros fantasmas, también llegados del pasado pero con ganas de situarse en el presente, le digan que se calle. Todavía no hay en España quien sea capaz de silenciar a Felipe González. Él piensa que es la forma en la que ahora puede ayudar a su país. No se equivoca.
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