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Un buen y completo reportaje de prensa, como el publicado en estas páginas por Fernando Pérez Ávila, da argumento para una novela con un coral elenco de personajes que se vinculan, confluyen o realzan por la atractiva conjunción de la trama. Forma parte de ella un tenaz detective privado sevillano, además de periodista de sucesos, Juan Carlos Arias, que honra la memoria de su padre, policía de familia numerosa e hipotecado, al hacer pesquisas que le fueron prohibidas a aquel porque se referían a la compra de un cuadro falso por Carmen Polo, la mujer de Franco. También un magnate norteamericano del petróleo, Algur H. Meadows, comprador de numerosas obras de arte, que fundó, en Texas, el Museo Meadows, de Dallas. Y un marchante neoyorquino de arte, además de escritor y poeta, Stanley Moss, afincado en España entre los años cincuenta y sesenta del siglo pasado. Y un pintor sevillano, Eduardo Olaya, falsificador de primer orden, en el punto de mira del franquismo, acusado y encarcelado, por delitos de distintas naturaleza, como el de abuso de menores, en la cárcel de la Ranilla, de condición homosexual y conocido como la Baronesa. Y un anticuario de leyenda, Andrés Moro.
Una trama resultante del desenvolvimiento, la pericia y los intereses de estos sugestivos personajes puede imaginarse sin necesidad de conocer, pero importa no poco, la referida a la falsificación, en Sevilla, de un Greco que provocó lucrativos beneficios. Eduardo Olaya era un destacado copista de obras del pintor cretense, y una circunstancia notoria de su obra, como se cuenta en el reportaje, es que recuperaba lienzos antiguos, provenientes de iglesias expoliadas o destruidas durante la Guerra Civil, sobre los que pintaba, de manera que sus cuadros parecían más antiguos, en las pruebas de originalidad, de lo que realmente eran. El sobrenombre del anticuarlo coincidía con su apellido, el Moro, introducido en los círculos aristocráticos sevillanos y con una tienda de antigüedades entre las calles Alemanes y Argote de Molina, en un amplio espacio al lado la Giralda, hasta finales del siglo pasado. Olaya pintaba encargos sin descanso para el Moro, este vendía las falsificaciones a Moss, y el marchante literario sacaba beneficio de millonarios americanos que creían comprar obras destacadas, y originales, de los siglos XVI y XVII. Entre estos estaba Meadows, que también tenía querencia española y pasaba tiempo en Madrid, alojado en el Ritz, junto al Museo del Prado, a comienzos de la segunda mitad del XX. Creyó comprar, así, el cuadro de La Anunciación, del Greco, aunque hace poco el museo que fundó el magnate ha relevado que no es la obra original, precisamente por las investigaciones de las que Juan Carlos Arias da cuenta en su libro El falsificador de Franco, publicado en 2023. Mas estas inspiradoras pesquisas piden las páginas de una novela.
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