'Et resurrexit'

VERICUETOS

En cuanto Jesús resucitó, falleció Francisco. Así, de seguido; en veinticuatro horas. Ya escribí hace algunas semanas otro artículo sobre este tema, titulado “Sede vacante”, por lo que solo me queda desear al difunto papa que la tierra le sea leve y que su sucesor muestre suficiente valentía a la hora de afrontar los grandes retos de la Iglesia, que no son pocos ni nuevos, convocando el Concilio Vaticano Tercero dado el estrepitoso fracaso del Segundo. Amén.

Hay noticias que acaparan por completo la atención mediática y esta es una de ellas, como la evolución/involución de una guerra, los escándalos de un ministro o las locuras de un emperador. Pero en nuestras vidas concretas existen más noticias insignificantes que trascendentales y, a pesar de ello, tienen mayor importancia en nuestro entorno, aunque suelen pasar inadvertidas incluso para nosotros mismos, presos como estamos del boato y del rumor.

Estar al día de lo que se cuece es un elemento socializador de primer orden, ya que muchas de las conversaciones cotidianas tratan sobre esas noticias generalistas, dando lugar a tertulias de barra donde todos arreglamos el mundo sin mover un solo dedo. De hecho, resulta sospechoso ese tipo que jamás opina en público de ningún tema o que no quiere saber nada de la realidad circundante; ese sujeto que guarda silencio cuando se habla de religión, política, deporte o cualquier otra planta adormidera; ese individuo con aires de superioridad y condescendencia a partes iguales cuya indiferencia nos hace masticar nuestra vacía superficialidad; esa rara avis que, por decisión personal, ha elegido el camino interior que otorga la libertad frente a nuestra miserable dependencia de los acontecimientos.

Esos seres, atemporales y etéreos, nos estorban al mismo tiempo que nos atraen por su halo de misterio e independencia. Y, aunque creamos que están al margen, en verdad es solo un trampantojo, puesto que se encuentran en el centro de su propia existencia, volcando toda su atención en las noticias verdaderamente importantes, que suelen ser las más pequeñas a ojos de los demás (o invisibles, que diría el principito): el cruce de miradas con un gato callejero al salir de casa, el aleteo de una paloma en el balcón, el nacimiento de una nueva flor en las macetas, un siete en matemáticas de su hijo, un buen café, un buenos días de corazón por parte de un desconocido, la apertura amable de una puerta para que alguien pase, un gracias, un de nada, un hola, un hasta luego, un perro que se acerca para jugar, el trabajo bien hecho, el respeto en las palabras dichas, el creer siempre en la bondad del otro, una sonrisa sin motivo, un motivo para sonreír, la llamada a un amigo que esté pasándolo mal, un beso, un abrazo, un te quiero, un buenas noches… Y así, día tras día, sin tener mayores pretensiones que dejar como legado un buen recuerdo, nosotros también podemos llegar a ser esos seres atemporales y etéreos que tanto nos molestan y seducen, hasta el punto de generarnos esos sentimientos a nosotros mismos, asqueados por vivir en un bucle infinito de ingenuidad y a la vez orgullosos por haber logrado trascender a toda la porquería que nos rodea. Porque sí, el papa ha muerto, pero nosotros resucitamos cada mañana y parece que no es noticia. Pero lo es.

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