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Ildefonso Ruiz
¿A qué esperas, Alberto?
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El pasado jueves 21 de noviembre sucedió un hito en la historia de la democracia española. Victor de Aldama, en prisión por sus implicaciones en diversas tramas delictivas relacionadas con varios miembros del ejecutivo, decidía “tirar de la manta” y declaró, de forma voluntaria, ante el juez sus trapicheos con la parte socialista del Gobierno, señalando ni más ni menos que al presidente del Gobierno, el cual, Aldama dixit, le agradeció sus servicios como mediador de la trama delictiva.
Esta declaración suponía por primera vez en nuestra joven democracia, una acusación directa de un detenido hacia un presidente del Gobierno, certificando lo que más de media España piensa; que los tejemanejes que se sucedían entre Ábalos, Koldo, Aldama, Delcy, etcétera no eran ajenos a Pedro Sánchez y que la corrupción tiene más que presuntamente acorralado al PSOE y por ende al Gobierno de España.
Los más acérrimos al socialismo, o los más ingenuos, pueden pensar que la cantada de Aldama no era más que una búsqueda de protagonismo o huida hacia adelante. Una jugada desesperada de un pobre diablo al que cegó la ambición. Pero poca gente recuerda que este “pobre diablo” se presentó ante el juez de manera absolutamente voluntaria asesorado por uno de los mejores gabinetes jurídicos del país, cuyos resultados suelen ser notables. Es decir, el movimiento de Aldama es cualquier cosa menos una jugada a la desesperada.
Los hechos son lo suficientemente graves como para que el gobierno caiga. Sobre todo porque no hablamos de un Gobierno fuerte con suficientes apoyos que tiene una sobrada mayoría parlamentaria. Hablamos de un Gobierno débil, sin presupuestos y con mil dificultades para sacar adelante cualquier proyecto de Ley, como esta misma semana hemos visto con el secuestro de la Comisión de Hacienda, para aprobar una estrambótica reforma fiscal, clave para la legislatura, que es capaz de decir una cosa y la contraria.
La pregunta entonces es ¿a qué espera el líder de la oposición para presentar una moción de censura? ¿qué más necesita Alberto Núñez Feijoo para intentar poner fin a esta locura? Es cierto que a pesar de la debilidad del Gobierno, no es nada fácil que la moción prospere. Pero intentarlo ya no es una cuestión de números. Es una cuestión de dignidad política.Tanto que se torna casi en una obligación política. Una obligación moral para el único líder que tiene los números suficientes para registrarla.
Porque en esta situación, la moción de censura hay dos formas de ganarla. Una, la obvia, es articulando una mayoría de diputados que voten a favor de la misma sacando a Pedro Sánchez de Moncloa por la misma puerta por la que entró. La otra, la que puede parecer una derrota, es aquella en la que Sánchez sobrevive por enésima vez. Sin embargo, esta última puede ser una victoria a medio-largo plazo (ese que parece no existir en política). Porque no hay ninguna duda que llegado el momento de votar, quienes opten por salvar a Sánchez ligarán por siempre su futuro político a esa decisión si acaba imputado/condenado. Y ese es el coste que tiene que hacer ver Feijoo que sus socios pagarán.
La verdadera valía de los líderes está en sus decisiones. Hay momentos en los que es precisamente eso lo que se les exige para el liderazgo; la capacidad de tomar y asumir decisiones arriesgadas. Eso fue lo que hizo Sánchez en 2018 cuando planteó a Rajoy su moción de censura sin tener los apoyos para ganarla. Sin embargo, apostó por lo que creía y con su argumentario contra la corrupción del PP, logró convencer a los entonces socios del Gobierno de las implicaciones de salvar al entonces Presidente Rajoy.
Tarde o temprano, Feijoo tendrá que hacer algo más que sentarse a esperar a que le toque gobernar. En algún momento, tiene que tomar alguna decisión que le acerque a Moncloa. A no ser que lo que dijo en su discurso de fallida investidura, sea la única verdad que se ha dicho en política en los últimos años…. “No soy presidente porque no quiero”.
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