20.000 especies de seres humanos

Una escena de 20.000 especies de abejas.
Una escena de 20.000 especies de abejas.

16 de febrero 2024 - 09:53

En la maravillosa película ‘20.000 especies de abejas’, Aitor, de ocho años, se presenta primero como Cocó, pero luego decide llamarse Lucía. A su abuela materna no le gusta la ‘libertad’ que le da la madre: “Vigila cómo llevas a Aitor, que la gente lo confunde con una chica. Ponle límites, ponle límites”, le suelta mientras coloca unas pinzas de la ropa en el tendedero que da a la calle. La madre de Cocó-Lucía monta en cólera y la vida sigue. A veces, hasta sin mucho dolor, transformando miedos en comprensión, como cuando la amiga de Cocó-Lucía le ve los genitales y le espeta con absoluta naturalidad: “Un niño de mi clase tiene potota”. “¿Y cómo es?”, le pregunta Lucía. “Majo”, concluye la otra.

La ausencia de prejuicios siempre es ejemplo de humanidad. Y contra esto no valen excusas como los saltos generacionales o el mantenimiento, porque sí, de costumbres o pensamientos rancios, arcaicos o supuestamente mayoritarios que dictan lo que es adecuado o correcto. Para algunos, claro.

Cuanta más diversidad, más humanidad. Porque algo de inhumano tiene que haber en la crítica fácil o cínica al cambio, ya sea de opinión, posicionamiento e, incluso, del interior de uno mismo, de lo que cada uno quiera ser. Como si la existencia fuera impasible a lo que pasa, como si valiese con cerrar los ojos para ocultar que la vida evoluciona constantemente. Como si hubiese un estamento de gente superior que decidiera cómo tienen que ser las cosas, cómo tienen que ser los demás, fijando líneas ficcionalmente inquebrantables. Y que, para mantener esos posicionamientos cuasi divinos, pero a la vez inventados, se menosprecie a la persona que cambia, que pretende cambiar. A la valiente que no se conforma con lo que hay, con lo impuesto, con lo vulgar, con el egoísmo, con la vanidad, con la mezquindad, con la envidia, la calumnia y la codicia; a la que, pese a todo, confía en sí misma, en lo que quiere y en lo que cree.

“Se insulta al prójimo cuando se desdeñan sus alegrías”, escribió Marguerite Yourcenar. Pero también cuando se desdeñan sus tristezas y el deseo de transmutar. Cuando no se respeta que haya 20.000 especies de abejas o de seres humanos. Cuando alguien, por cualquier motivo o frustración, pisa una sola ilusión. Y, especialmente, cuando se permite que ese alguien salga impune de quitar las ganas de seguir mejorando el mundo.

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