Santa Teresa y Sevilla
La España de los extremos
El 14 de Julio de 2024 pasará a la historia del deporte patrio como el día en que España venció a Inglaterra logrando la cuarta Eurocopa de fútbol, colocándose así como reina del balompié continental. Una selección por la que nadie daba un duro y que acabó coronándose como la reina del torneo, batiendo todos los registros existentes.
Con un juego brillante y una alta personalidad que, a toro pasado, esta selección por la que nadie daba un duro en junio, todo el país sabía en el fondo que iba a ser la vencedora final. Una España tan diferente a su modelo futbolístico como parecida a su modelo social. Una España que abandonó el otrora juego de toque y posesión para abrazar como seña futbolística la realidad nacional; la España de los extremos. Lamine y Nico. Nico y Lamine, dos chicos jóvenes con descaro descomunal, que entre fintas, regates y goles han marcado un hito del que se hablará durante generaciones. Sobre todo porque uno de ellos, ha alcanzado la gloria siendo menor de edad.
La cuestión es que el debate durante el torneo ha girado en torno a una cuestión en particular; Nico y Lamine son negros. Españoles de nacimiento pero africanos de origen. Algo que cada vez está más presente en nuestra sociedad. Algo que jamás fue un problema con Donato, Marcos Senna, Engonga o Thiago, pero que ciertos altavoces mediáticos han decidido convertir en una cuestión de Estado. Es decir, algo que hace 16 años –antes de que la gran estrella española naciera-, cuando se abrió la edad de oro del fútbol español con un futbolista negro de titular indiscutible no era un problema, la izquierda woke española ha decidido convertirlo en debate nacional.
Hemos asistido atónitos a un torneo en el que al mejor lateral del mundo, Carvajal y el portero titular, Unai Simón, han sido crucificados por no querer hablar de política. Mejor dicho, por no querer reafirmar el discurso oficial de la progresía y sumarse a las declaraciones del nuevo galáctico de turno que animaba a no votar en Francia a Le Pen. Y a su vez, los chicos rebeldes de la selección, Lamine y Nico, Nico y Lamine, eran elevados a los altares no por su calidad futbolística, que evidentemente atesoran, sino por el hecho de ser negros. Como si el color de su piel fuera la prueba de que España ha ganado la Eurocopa no por su futbol, sino por su multiculturalidad. Sin embargo, Nico y Lamine no son más que la prueba definitiva de algo que detesta la nueva doctrina woke; la meritocracia existe. Nico y Lamine no han conquistado Europa por ser negros. Nico y Lamine han llegado a la cima porque son muy buenos y se lo han currado.
Lamine y Nico han demostrado que triunfar en la vida no es una cuestión de cuotas implantadas artificialmente con la excusa de imponer una impostada igualdad. Lamine y Nico han demostrado que aunque seas pobre, hijo de inmigrantes, negro y crezcas en un barrio marginal, con talento, esfuerzo y sacrificio, en esta vida puedes triunfar. Porque el ascensor social que tanto reclama la izquierda funciona. Solo que se ha demostrado que no es una cuestión de imposición de cupos. Una selección en la que en la convocatoria tuviera que tener obligatoriamente a dos negros, un gitano, un par de futbolistas homosexuales, tres calvos y un portero no binario, no solo posiblemente no ganaría ningún torneo, sino que tampoco sería un verdadero reflejo de la sociedad.
Y de la misma manera que es altamente probable que el hecho de convocar a los futbolistas por cuotas no daría resultado, la teoría es aplicable en el resto de la sociedad; que se impongan cupos en Consejos de Administración, Consejos de Ministros u órganos de dirección varios, ya sea de mujeres, LGBTI, raciales o ideológicos (léase CGPJ), no garantiza que los que ocupen ciertos asientos sean los más preparados para ello. De hecho lo que anula es el derecho de alguien humilde a llegar hasta la cima aunque haya hecho méritos sobrados para ello, si no pertenece a cierto colectivo en particular, inutilizando de esta manera precisamente el ascensor social. Sin embargo, se sigue señalando a los chavales para relatar que hemos ganado una Eurocopa no porque son buenos, sino porque son negros. Olvidando e ignorando que además de Nico y Lamine, España ha jugado con dos centrales franceses nacionalizados que han sido los mejores del torneo.
Que en el centro del campo, un mariscal valenciano ha hecho méritos para reclamar el balón de oro que tantas veces se ha negado a un español, que el máximo goleador sea un chico rubio y con ojos azules que habla alemán, español, catalán y croata que se llama Daniel Olmo o que en el lateral izquierdo, un jornalero de la banda, de nombre y apellido catalán se haya comido a todas las estrellas del torneo, mientras toda su familia vestía en la grada con orgullo la camiseta nacional. Así pues, la realidad por más que se insista en el discurso oficialista de la izquierda radical, es que si la irrupción de Nico y Lamine, Lamine y Nico, son el espejo de la sociedad española actual no es porque sean dos chicos negros. Es porque representan a la perfección en lo que se ha convertido nuestro país; la España de los extremos.
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