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Notas al margen
Nuestra joven democracia está enferma. Hace tanto que asistimos a un debate político de tan baja estofa, que la inmunización de la sociedad no admite comparación y nuestros dirigentes apenas acusan el desgaste. Pedro Sánchez puede permitirse el lujo de dimitir a su ex ministro y lugarteniente, el señor Ábalos, su mano derecha –que al contrario del pasaje bíblico es consciente de las maquinaciones de su mano izquierda– sin dar más explicaciones sobre sus andanzas con el tal Koldo. Nadie sabe explicar cómo un personaje tan bronco con aspecto de putero de vaso de tubo de los 80, que para más inri se llama como Torrente, logró situarse en la órbita del ex ministro de Transportes. Y justo cuando la Audiencia Nacional le pide al Supremo que impute a su íntimo colaborador por su “papel principal” en la trama, el presidente se dirige al pueblo en tono solemne para proclamar sin despeinarse que aquí quien la hace la paga. Seguro. El líder del PSOE sabía mucho más de lo que dijo cuando apartó a su número 2. También ocultó la denuncia contra su mujer tras su retiro espiritual y no pasó nada. El presidente pensó en dejarlo todo, pero uno se defiende mucho mejor ante la Justicia con los resortes del poder y esto le hizo reflexionar. Ábalos estaba llamado a ser el Guerra de Sánchez aunque sin su pátina libresca, obviamente. Al final derivó en un personaje populista y peligroso. Y lo grave es que los políticos se pasan tanto de rosca que los oímos como quien oye llover, mientras pedimos otra ronda de cerveza. El personal no entiende el alcance de las conexiones entre Aldama, Globalia, el máster de Begoña, el hermano del presidente, el rescate de Air Europa, la visita de Delcy, el lío del ex ministro y Koldo... Atar tantos cabos es difícil, pero todo el mundo sabe que Ábalos llevaba una vida de lujo con su amante a costa de un cargo que paga España.
Bajo un clima tan turbio del panorama político y justo cuando la Justicia encajaba las piezas, Errejón salió al quite del caso con otro escándalo salpimentado con sexo, drogas y poder al que no le falta un ingrediente. ¿Y por qué ahora, si su partido conocía las denuncias desde hace meses? Tal vez nos lo explique Yolanda. Pero que Errejón confiese sus pecados para certificar la defunción de la nueva izquierda parecería de justicia poética si no estuviésemos ante algo tan serio. El ex portavoz de Sumar se ha retratado con su autoinculpación como paradigma de la impostura más absoluta de un modelo social con el que no comulgaba en su fuero interno. Ha reconocido que lo odiaba, aunque no lo admitiera por seguidismo acomodaticio, por postureo intelectual o como pastor descreído de un rebaño de obediencia ciega. El líder mesiánico de la izquierda, martillo de herejes, no tenía fe en el sermón que predicaba. Otra lección para nuestra democracia de salud delicada, presa fácil de los Koldos de turno.
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