Las dos orillas
José Joaquín León
Plataforma para las sillas
La colmena
En Chile y México hay varios Edmundos González con relativo éxito: un almirante de la Armada muy activo en operaciones internacionales, un ensayista y filósofo especializado en ética y hasta un bajista de una banda de rock resultona (se llaman Los Bunkers, destacan en Spotify con Llueve sobre la ciudad y no están mal).
González Urrutia, el venezolano, tiene 75 años, está casado con un odontóloga, tiene cuatro nietos y, hasta ahora, sus mayores hazañas públicas tenían que ver con su carrera diplomática como embajador. En Caracas, la maquinaria de Nicolás Maduro lo ha hecho famoso este verano (fue elegido como “candidato temporal” o “tapa”, como líder de la oposición, ante la inhabilitación de María Corina Machado) y en España lleva toda la semana abriendo telediarios compitiendo con la resaca de la segunda fuga de Puigdemont y la “España se rompe” de la “financiación singular de Cataluña”.
No voy a minimizar el tema pero sí el enfoque. No cuestiono la importancia de la crisis electoral, política y social en que está sumida Venezuela pero cuesta entender que esté acaparando el debate público (el doméstico) y hasta la acción parlamentaria. A Pedro Sánchez lo tenemos de relaciones públicas en China y, en Madrid, los socialistas se vuelven a quedar sin apoyos. Ni techo de gasto ni nuevos presupuestos; más de la mitad del hemiciclo cierra filas para que España reconozca a Urrutia como presidente electo.
Me he perdido. Me quedé en la denuncia de fraude pero no consigo localizar, ni dentro ni fuera de Venezuela, ni en fuentes institucionales ni en medios profesionales, ninguna prueba de actas que corroboren que ganó las elecciones. ¿Que les/nos gustaría? Pero no él sino Corina Machado; no el florero (lo estaríamos llamando así si fuera mujer) sino la verdadera opositora que consiguió liderar una alternativa de unidad contra Maduro.
Legalmente ha pedido asilo político y, en base a fundamentos humanitarios, España se lo ha concedido. Como el sanchismo es el culpable de todo, y todos los días lo escribimos unos cientos de veces, me gustaría girar el foco hacia la oposición, la nuestra. ¿Se imaginan qué estaría diciendo el PP si España no lo acoge? Hace unos días tuvimos la oportunidad de entrevistar a Borja Sémper en RNE y lo dijo bien claro: la labor de la oposición es muy ingrata: “De la melancolía a la frustración”. Pero aparte de fiscalizar al poder y de ofrecer una alternativa de gobierno, ¿no debería ser también útil y constructiva? Que hoy sea Edmundo, cualquier Edmundo, es lo de menos.
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