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He esperado un año (Diario de Sevilla, 16/4/2023), para volver a denunciar en prensa la situación del Parque Nacional de Doñana, dando tiempo al modélico Plan o Pacto por Doñana 2024-2027 (Ministerio y Junta), a las explicaciones parlamentarias autosatisfactorias del portavoz del Gobierno de Andalucía anunciando la llegada de los primeros 40 millones de euros (de una partida de 150 millones) e incluso a las tan celebradas lluvias de marzo y abril por todos. De nuevo tengo que denunciar la realidad crítica del Parque Nacional de Doñana, concretamente de la parte principal del humedal, las marismas al sur del muro de la FAO, esto es unas 30.000 hectáreas que incluyen la Marisma de Hinojos, la Gallega y la de Aznalcázar. Su estado actual de conservación es de completa aridez y metamorfosis biogeográfica. No la aridez propia de un mes de julio de verano, como la descrita por Valverde en Vertebrados de las Marismas del Guadalquivir (1965, p. 41-42), sino que se trata de una aridez decenal de inviernos sin lámina de agua (ni superficial ni subsuperficial y ni subterránea), de manera que ha transformado o hecho desaparecer los geoecosistemas de los lucios con bayuncos y castañuelas (Scirpus sps.), sustituidos actualmente por Arthrocnemum sp., por ejemplo en el Lucio de Mari López; o con la desecación total de los Lucios de los Ánsares, de Sevilla y del Membrillo, en el extremo SE del Parque, que nunca estuvieron totalmente secos en los últimos 40 años como lo están ahora mismo, pero también en invierno, primavera u otoño. Secos, quiero decir, sin presencia de agua superficial, con la humedad edáfica a más de 1 metro de profundidad. Además de los Lucios, las marismas tienen Caños, los tres principales que las drenan de Norte a Sur son: la Madre del Rocío, el Guadiamar y el Travieso. La huella geomorfológica de los tres indica que prácticamente no ha circulado caudal por ellos, hasta el punto de que, en los últimos años, ¡en invierno!, se pueden usar como caminos para no perderse por las llanuras marismeñas en dirección al, respectivamente, Palacio de Doñana, al antiguo Caño Dulce o a Las Nuevas (¡impensable antes del 2015!). Soy pesimista con la conservación de Doñana. A fecha actual, doy por casi perdida la reversión del acuífero.Más que confiar en los frutos del Pacto por Doñana (acciones agro-ganaderas y forestales en la Corona de Doñana), rezo por la vuelta de un ciclo de años húmedos. Insisto una vez más en las urgentísimas y mínimas intervenciones hidráulicas: permeabilizar el Muro de la FAO, restaurar el funcionamiento del Caño Guadiamar, readaptar el Travieso, drenar el Resolimán y hacer desaparecer definitivamente el muro de poniente del Entremuros de Doñana. Con ello volvería a llegar un poco de agua superficial a las marismas durante el invierno, la primavera y el otoño. Y si llegara un ciclo húmedo…, la conservación de Doñana tendría un respiro.
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