Despedida

En tránsito

06 de julio 2024 - 03:09

Los que escribimos regularmente en prensa tenemos que enfrentarnos a estas situaciones: un día te toca escribir como si tal cosa cuando acaba de suceder un hecho que te ha dejado hecho polvo. Le ocurrió, recuerdo, a Rosa Montero cuando tuvo que escribir sus artículos tras la muerte de su pareja, el gran Pablo Lizcano (sé de lo que hablo: tuve la suerte de conocerlo y de charlar con él en una comida ya lejana). Y le pasó a Raúl del Pozo cuando tuvo que escribir su crónica diaria el día que se había muerto su mujer. Por supuesto, esto le pasa a todo el mundo. En un quirófano, en una obra, en un banco, en un autobús, en un supermercado –da igual el lugar– cada día hay alguien que está haciendo su trabajo justo cuando acaba de perder a su pareja o a su hijo o a su madre. Y esas personas siguen ahí, siguiendo con su rutina diaria aunque tengan el corazón roto y ya no sepan muy bien lo que está ocurriendo a su alrededor.

Hace años, cuando murió mi padre, tuve que escribir un artículo a toda prisa. Como no tenía la cabeza muy clara, improvisé lo primero que se me ocurrió sobre la compra de un billete de avión. Ni siquiera sé cómo conseguí terminarlo, pero lo hice. Y ahora tengo que escribir este artículo justo cuando acaba de morir mi madre. He intentado escribir sobre cualquier otro tema –y los temas abundan–, porque me da pudor escribir sobre un asunto tan personal, pero después de muchos intentos en vano –Begoña Gómez, la selección nacional de fútbol y no sé cuántas cosas más– no me ha quedado más remedio que escribir esto. En mi cabeza sólo tenía una imagen: la de una mujer joven, de apenas 23 años y embarazada de ocho meses y pico, que se bajaba del autobús en una avenida ruidosa y subía una cuesta empinada para ir a una clínica donde tenía que hacer los ejercicios de preparación para el parto. Era verano y hacía mucho calor. Y era su primer embarazo. Las piernas le pesaban mucho y casi no podía moverse, pero ella conseguía subir la cuesta y llegar a su destino. Bien, aquella mujer era mi madre. Y yo, o lo que fuera que fuese yo en aquel momento, subía aquella cuesta con ella. Me lo contó una vez, cuando hablábamos de aquella calle de Palma que llevaba al bosque de Bellver.

Hoy también hace mucho calor. Y soy yo el que tengo que subir la cuesta llevando a mi madre –o lo que sea que ahora sea ella– cuesta arriba, jadeando, y con las piernas muy pesadas.

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