Las dos orillas
José Joaquín León
Plataforma para las sillas
¡Oh, Fabio!
La mala leche española lo bautizó como Macarroni I, aunque Amadeo de Saboya tuvo el honor de ser el primer rey democrático de España. Quizás era demasiado joven e inexperto cuando le ciñeron la corona, quizás un poco simple y falto de formación intelectual. Pero sus intenciones fueron buenas y la mano que lo trajo a España, el general Prim, uno de los espadones más valiosos que tuvo el reino, un catalán patriota y modernizador que acabó sus días tras ser tiroteado en el Callejón del Turco. La muerte del Conde de Reus fue la primera noticia que le dieron a Amadeo I cuando bajó del barco en Cartagena. Le dijeron que no podrían garantizar su seguridad, pero él siguió hasta Madrid. Le echó valor, al igual que cuando lo intentaron matar junto a su mujer embarazada, en la calle Arenal, al volver de dar un paseo por el Retiro. El Saboya quiso servir a España, pero España no se dejó servir. Menuda es ella. Las aristócratas ninguneaban a la reina, el lobby cubano maniobraba para impedir la abolición de la esclavitud y los republicanos iban a lo suyo.
Apenas dos años después de ser coronado cogió la pluma y mandó a todos al cuerno. Entonó su particular “¡vaya tropa!”. Su carta de renuncia enviada a las Cortes es el ejemplo claro de cómo, a veces, este país , factoría de Sénecas, puede llegar a amargar y desquiciar al más templado de los humanos. Escribió: “Entre el fragor del combate, entre el confuso, atronador y contradictorio clamor de los partidos, entre tantas y tan opuestas manifestaciones de la opinión pública, es imposible atinar cual es la verdadera, y más imposible todavía hallar el remedio para tamaños males.” Y así todo. El parlamento hizo papiroflexia con el documento y se dirigió a trote cochinero hacia la república, con resultados ya sabidos.
Hoy, apenas queda memoria de aquel breve reinado protagonizado por un extraño con acento de Pavarotti. En la flamante Galería de las Colecciones Reales solo hay un busto blanco que lo recuerda, escondido en una esquina, como un fantasma que se avergüenza de estar allí.
Desde aquel último tercio del XIX hasta la actualidad, España ha mejorado mucho, aunque todavía se observan algunos de los rasgos que le amargaron la vida al Saboya. Se ve en esa tendencia de los partidos políticos a la bronca tabernaria con cualquier motivo o en el oportunismo impío que lleva a aprobar el decreto ley para que el bloque de progreso controle la RTVE cuando toda la nación está conmocionada por las muertes y la destrucción en el Levante... Qué bien hizo usted en irse, don Amadeo.
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